Horror en el museo (Howard Phillips Lovecraft y Hazel Heald) Libros Clásicos

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Deseó que sus sentidos no estuvieran tan preternaturalmente agudos. Algo en la oscuridad y quietud parecía agudizarlos, como en respuesta a débiles impulsos que no eran tan fuertes como para llamarlos impresiones. Sus oídos parecían a veces captar un débil y elusivo susurro que no podía ser totalmente identificado con el zumbido nocturno de las míseras calles del exterior, y pensó en algo tan vago e irrelevante como la música de las esferas y la desconocida e inaccesible vida de otras dimensiones presionando contra la nuestra. Rogers especulaba bastante sobre tales cosas.
Las motas de luz que flotaban ante sus ojos sumidos en la oscuridad parecían crear curiosas simetrías de perfiles y movimientos. A menudo se había preguntado sobre esos extraños rayos del abismo insondable que centellean ante nosotros en ausencia de iluminación terrenal, pero nunca había sabido que se comportara así. Les faltaba el tranquilo sin sentido de las motas de luz ordinarias.., insinuando alguna voluntad o propósito distante de cualquier concepción terrestre.
Luego vino la sugerencia de extraños movimientos. No había nada abierto, pero, a pesar de la total falta de corrientes de aire, Jones sintió que el aire no estaba totalmente en calma. Había intangibles variaciones de presión... aunque no lo bastante como para sugerir el espantoso movimiento de invisibles elementales. Era anormalmente frió, además. No le gustaba nada de eso. El aire tenía un regusto salado, como si estuviera mezclado con la salmuera de oscuras aguas subterráneas y hubiera un descarnado indicio de algún aroma de inefable humedad. Durante el día nunca se había percatado de que las figuras de cera tuvieran olor. Aun entonces sentía a medias que no eran las figuras de cera las que debían oler así. Era más bien como el débil olor de especimenes en los museos de historia natural. Curioso, dadas las pretensiones de Rogers acerca de que sus figuras no eran completamente artificiales... de hecho, era probable que tal pretensión fuera lo qúe hacia a su imaginación conjurar tales sospechas olfativas. Debía guardarse contra los excesos de la imaginación... ¿No habían enloquecido tales cosas a Rogers?
Pero la completa soledad de aquel sitio era espantosa. Incluso las distantes campanadas parecían llegar atravesando abismos cósmicos. Esto hizo a Jones pensar en la demente fotografía que le mostrara Rogers... la estrafalariamente tallada habitación del críptico trono, que aquel sujeto pretendía que era parte de unas ruinas con tres millones de años de antigüedad, emplazadas en las rehuidas e inaccesibles soledades del Ártico.

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