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¿No puedes oírlo chapotear mientras sale de su tanque al final del túnel? Lo alojé en las profundidades porque nada es demasiado bueno para Ello. Es anfibio, ya lo sabes... viste las branquias en la foto. Llegó a la tierra procedente del plomizo Yuggoth, donde las ciudades están bajo los cálidos y profundos mares. Eso no puede erguirse aquí... demasiado alto... tiene que sentarse o agazaparse. Dame mis llaves.., debemos dejarle salir y arrodillamos ante su presencia. Luego saldremos y encontraremos un perro o un gato... quizás un borracho... para darle el alimento que necesita.
No era lo que el loco decía, sino la forma de decirlo, lo que alteró seriamente a Jones. La total y demente confianza, y la sinceridad del enloquecido susurro, era condenadamente contagiosa. La imaginación, con tales estímulos, podía -descubrir una amenaza activa en la diabólica figura de cera que se agazapaba invisible al otro lado de la pesada plancha. Mirando a la puerta con atroz fascinación, Jones descubrió que se producían varios y distintos crujidos, aunque no aparecieron marcas de violencias en la superficie. Se preguntó cuán grande sería la habitación o armario del otro lado, y cómo estaría colocada la figura de cera. Aquella idea del loco sobre un tanque y un túnel era tan delirante como sus otras fantasías.
Después, en un terrible instante, Jones perdió por completo la respiración. El cinturón de cuero, con el que había pensado sujetar aún más a Rogers, cayó de sus manos inertes y un espasmo de terror le sacudió de pies a cabeza. Debiera haber sabido que el lugar le volvería loco, tal como había sucedido con Rogers; y ya estaba loco. Estaba loco, ya que sufría alucinaciones más salvajes que las que le habían asaltado anteriormente en la noche. El loco le decía que escuchara el chapoteo de un monstruo mítico en un tanque del otro lado de la puerta... y entonces, Dios le ayudara, ¡Lo escuchó!
Rogers observó el espasmo de horror cubrir el rostro de Jones y convertirlo en una rígida máscara de miedo. Cacareó.
-¡Por fin, loco, crees! ¡Por fin sabes! Lo escuchas y Eso viene! ¡Dame mis llaves, idiota... debemos reverenciarle y servirle!
Pero Jones no prestaba ninguna atención a una voz humana, loca o cuerda. Una parálisis fóbica le inmovilizó sumiéndole en el estupor, con salvajes imágenes recorriendo su imaginación desamparada. Hubo un chapoteo. Hubo un arrastrar o pisar, como de grandes patas húmedas sobre una superficie sólida.