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Y todos brindaron porque así fuera.
El conde de Sherwood era íntimo amigo del también noble sajón Richard At Lea, conde de
Sulrey. Y éste y su esposa tuvieron, no mucho tiempo después, una preciosa niña, a la que
pusieron por nombre Mariana.
Los dos nobles sajones se reunían con frecuencia y mantenían interminables conversaciones
sobre la compleja situación del reino.
-Las sublevaciones no cesan, querido amigo -dijo Richard At Lea-. Pero el poder normando
permanece inalterable a lo largo de los años.
-Sí, Richard, nuestro pueblo está extenuado por las luchas y por las humillaciones de los
barones normandos. Los reyes intentan apaciguar esta tierra, pero fracasan. No son capaces de
contrarrestar el poder de sus nobles.
-Y mientras tanto, ¿por qué luchamos ya los sajones, después de tanto tiempo? Todo parece ser
una locura colectiva que no tiene fin. . .
-Ojalá Inglaterra tenga pronto un rey poderoso y justo que haga posible la igualdad entre
sajones y normandos -contestó con tristeza Edward Fitzwalter
Pero los dos nobles sajones también aprovechaban su compañía para sonar, al calor de la
chimenea de uno a otro castillo. El sueño que compartían era que Robert y Mariana, Ilegado el
momento, se unieran en matrimonio.
-Nuestra amistad, conde de Sulrey, quedaría coronada por la unión de nuestros hijos.
-Nada me agradaría más, Edward, que emparentar con vos. Y estoy seguro además de que mi
hija sería muy feliz con Robert.
Pasaron unos años y murió el rey Enrique de Plantagenet.
Pocos meses antes, el conde de Sherwood había perdido a su querida esposa Alicia. La única
satisfacción de Edward Fitzwalter era tener cerca a su hijo Robin, como le llamaban todos
cariñosamente, convertido ya en un apuesto joven.
-¿Qué pasará ahora, padre, que el rey ha muerto? -preguntó Robin ante la reciente noticia.
-Subirá al trono su hijo Ricardo, Robin.
-¿Será un buen rey? ¿Lo conoces? -preguntaba con avidez Robin.
-Lo conozco poco, hijo. Pero deseo que consiga hacer de Inglaterra un gran reino en el que se