Página 14 de 48
ayuda.
-¿Y Mariana? ¿Podría hablar con ella? -preguntó Robin.
-Soy legalmente el tutor de Mariana y en este momento no podéis verla.
-¿Acaso tenéis miedo de que hable con ella? ¿Ocultáis algo, señor Hugo de Reinault? -dijo
Robin con tono acusador.
-¡No tengo nada que ocultar, señor Fitzwalter! Es mi palabra de caballero. Ahora, váyase. No
puedo perder más tiempo. ¡Soldados, acompañen al señor!
Y rodeado de un grupo de hombres armados, Robin abandonó el castillo de Hugo de Reinault.
El señor de Reinault tuvo la impresión de que el joven Robin sospechaba algo. Y lo mismo
parecía ocurrir con Mariana. La joven había pronunciado algunas palabras, en la conversación que
los dos mantuvieron, que denotaban cierta desconfianza hacia él y cierta extrañeza de que su
padre hubiera tomado las decisiones que parecía haber tomado.
Hugo de Reinault se tranquilizó a sí mismo. ¿Qué peligro podían suponer tanto Robin como
Mariana? Y al fin y al cabo, en el peor de los casos, serían sólo unas pequeñas molestias a
cambio de los grandes beneficios que iba a obtener de esta operación.
Robin, desde su conversación con el señor de Reinault, no conseguía olvidarse del asunto.
Estaba cabizbajo, meditabundo, no hablaba con nadie y vagaba por los caminos a lomos de su
caballo.
Un día, en uno de esos paseos sin rumbo, Robin encontró a un grupo de campesinos. Discutían
airadamente y oyó voces de protesta contra los normandos. Robin se acercó a ellos.
-¿Qué sucede? -preguntó bajando de su caballo.
Uno de los siervos de Robin explicó a su señor que Feldon, un hombre al servicio de Guy de
Gisborne, había sufrido un terrible castigo por un hecho sin importancia. Este castigo había
consistido en dejarle sin comer, durante más de una semana, a él y a su familia. El desgraciado
Feldon, sumido en la más absoluta desesperación, había cazado un ciervo para dar de comer a
los suyos. Enterado Guy de Gisborne, lo había apresado y condenado a muerte. Su mujer y sus