Robin Hood (Anónimo) Libros Clásicos

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Le
hacía recordar los tormentos que podía estar sufriendo la familia del que era ahora su más
incondicional vasallo.
Pero Guy de Gisborne no había olvidado la terrible acción cometida por Robin. Convocó una
reunión con el príncipe Juan y sus más fieles seguidores, y allí expuso los hechos ocurridos.
-Caballeros, nos hemos librado de Edward Fitzwalter y también de Richard At Lea. Pero
mientras ande suelto Robin, no nos dejará vivir tranquilos. Ese joven es muy peligroso -dijo Guy
de Gisborne.
-Estoy de acuerdo -intervino Hugo de Reinault-. Estoy seguro de que sospecha algo sobre lo
ocurrido con At Lea, y no cejará en su empeño hasta averiguarlo. Conozco muy bien a ese joven
sajón.
-Entonces, Guy de Gisborne, atacad su castillo -dijo el príncipe Juan-. Todos colaboraremos con
nuestros soldados. Además, ese joven es muy rico. Nos quedaremos con su castillo, con sus
tierras y con sus bienes. Nos repartiremos todo.
Tomada la decisión, los caballeros se dispersaron. Pocos días después, según lo convenido, un
numeroso ejército, nutrido con hombres de diversa procedencia, rodeaba el castillo de Sherwood,
preparado para el asalto.
Por su parte, los hombres de Robin de Fitzwalter permanecían en sus puestos día y noche.
Todos ellos mantenían alto el ánimo. Estaban dispuestos a todo en defensa de la ley, y con la
seguridad y tranquilidad de espíritu que produce estar cargado de razón.

Después de un mes de asedio al castillo de Sherwood, las frecuentes escaramuzas no
supusieron ninguna rotunda victoria para los atacantes ni ninguna sonada derrota para los
atacados.
Aparte del agotamiento que empezaba a hacer mella en las tropas atacantes, esta expedición
empezó a ser duramente criticada por numerosos nobles, tanto sajones como normandos. Todos
sospechaban que el príncipe respaldaba tal acción. Todos sabían perfectamente quiénes eran
Guy de Gisborne y el pequeño a influyente grupo que rodeaba a Juan sin Tierra.
Se convocó una nueva reunión para discutir qué era lo más conveniente, dadas las actuates
circunstancias.
Como en otras ocasiones, Hugo de Reinault fue el que aportó la idea más diabólica para acabar

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