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sucumbir al monarca del Oriente, y de abandonar el sublime culto del Sol.
Vericochas arrancó lágrimas del pueblo, y Huascar exclamó enajenado:
«Peruanos, yo también lo escuché.» Un ronco susurro comenzó a reinar por
el dilatado templo, las masas conmovidas demostraban ya su entusiasmo; y
Vericochas valiéndose de todo el poder de la elocuencia hizo conocer al
pueblo la necesidad de averiguar la suerte del desdichado monarca, de
nombrar a Huascar general en jefe de ejército, y de atacar a los
invasores, si era preciso, o cuando menos defender las murallas de
Cajamalca, para salvar sus leyes, su libertad y sus templos.
El pueblo al fin en tumulto, sacudiendo algún tanto el terror que le
helaba, corrió hacia las aras, y postrado ante el símbolo del Sol, todos
los peruanos juraron en manos de Vericochas, no sobrevivir al intento de
los invasores. Huascar, el más noble de la sangre de los Incas, el que con
más derecho pudiera aspirar a ser elegido por monarca, el más valiente
guerrero, fue nombrado caudillo del Perú; y por no profanar el templo con
los gritos de venganza, el pueblo corrió al suntuoso pórtico; y allí
Vericochas y Huascar encendían las iras, los hacían conocer que el crimen
y la deidad eran inconcebibles, que los venidos del Oriente no podían ser
hijos del Sol, que eran mortales y sucumbían al valor.
Reunido un consejo de ancianos deliberó detenidamente acerca de la
conducta que se había [29] de guardar con los venidos del Oriente, y del
modo de hacer la guerra y prepararse con vigor a la venganza. Acordaron
que pasara un mensaje al campo de Pizarro para saber de positivo la suerte
del monarca, y para procurar su rescate a todo precio, si aun no había
muerto; pero recordando la falta de fe de los invasores, se creyó
justamente que diesen muerte a la comisión, y de ninguna manera
consiguiera su objetivo. Empero, tal era el amor de los peruanos a sus
Incas, tal el interés de la embajada, tal el patriotismo de aquellos
inocentes habitantes, que todos se ofrecían a ir al campo de Pizarro, por
segura que viesen su muerte. La prudencia del consejo no debiera permitir
que compusieran la comisión los primeros personajes del imperio, mas sin