Cocos Y Hadas (Julia de Asensi) Libros Clásicos

Página 23 de 37

que cuando comía él.
-Allí vivía yo -pensó sin duda-; y por cierto que estaba mejor que
aquí.
La criada de Doña Carlota empezó a llamarle: él se refregaba contra
la ventana y hacía mil demostraciones de júbilo.
Al fin Fígaro miró al patio y pareció medir la distancia que le
separaba de la ventana vecina. Moro lo comprendió y, sin reflexionar, dio
un gran salto, cayendo aturdido a los pies de la cocinera de Blanca.
-Este sí que es mi gato -decía la buena mujer acariciándole-. Bien
sospechaba yo que aquí había ocurrido alguna cosa. Esos infames chicos de
al lado son los culpables.
Entretanto Fígaro habla saltado también; pero como la criada de D.
Serafín había salido de la cocina para abrir la puerta de la calle, porque
acababan de llamar, no se enteró de aquel cambio de gatos. [53]
Alejandro y Pepita siguieron creyendo que Moro estaba en su casa y
Fígaro en el otro tercero.
Mas las desdichas continuaban y no sabían a qué achacarlas ya.
Con este motivo Fígaro llevaba algunas palizas diarias, y el gato,
que era reflexivo, pensó que le tendría más cuenta volverse a la casa de
al lado. Era fácil saltar por el mismo camino; pero ¡ay! el pobre gato
midió mal la distancia y fue a parar a una tabla, donde Doña Casimira
ponía el botijo para que se refrescase el agua, lastimándose un poco.
Fígaro conservaba un vago recuerdo de aquella casa, en la que había
pasado sus primeros meses, y allí fue recibido con entusiasmo para
reemplazar a Sultana que acababa de morir en los brazos de su dueña.
¿Llevó Fígaro la desgracia a su nueva morada? No por cierto. Doña
Casimira continuó, como antes, siendo la mujer más afortunada de la
tierra, como lo eran Doña Carlota y Blanca.
Don Serafín murió, dejando sus hijos a [54] a cargo de un pariente,
que les encerró en colegios a fin de que cambiaran su mala condición; y
los niños, pensando en que ya no tenían el gato negro, llegaron a

Página 23 de 37
 

Paginas:


Compartir:




Diccionario: