Cocos Y Hadas (Julia de Asensi) Libros Clásicos

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Y cuando el forastero hubo ocupado la única silla que había allí,
empezó la historia en estos términos.
-Usted sabe bien que en todos los pueblos hay algún pícaro que se
finge tonto, y el de Santa Marina hace veinte años robó al señor que vivía
en esta casa, sin que nadie lo sospechase. Mi padre, que lo vio, no quiso
delatarle porque había sido amigo suyo; pero desde entonces se le halló
más preocupado y más silencioso cada día, por lo que al morir el ladrón -a
quien no aprovechó el robo, pues apenas vivió tres [68] meses después de
cometerlo- fue tenido él por tonto también. Mi pobre padre sufrió mucho
con eso, porque nadie quería darle trabajo, y se vio obligado a gastar
poco a poco sus economías.

Apenas murió, después de una breve enfermedad, [69] mi madre tuvo que
ponerse a servir para mantenerme, y yo heredé la fama de tonto que tenía
mi padre, por mi carácter tímido y medroso. Cuando fui mayor, pensé sacar
partido de lo que llamaban mi tontería, en provecho de mi madre. -El
pueblo entero se ríe de mí, me dije, pues yo me reiré más de él. -Y una
noche me introduje en la casa del duende y vi que no había en ella nada
extraño, y que mi madre y yo podíamos dormir perfectamente, dejando bien
cerrada nuestra choza, ella en la cama del avaro y yo en el catre donde
descansaba un criado a quien después echó. Estas noches usted le ha
quitado la cama a mi madre, que se ha quedado en nuestra cabaña. Entramos
aquí por la puerta del jardín, pues tenemos todas las llaves de la casa
que el ladrón, que las mandó hacer, se dejó un día olvidadas en la nuestra
después de cometer el robo, y contando una historia hoy, inventado un
suceso raro mañana, logré que nadie dudase de la existencia del duende y
que le hicieran ofrecimientos de huevos, pan, leche y otras cosas con las

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