Cocos Y Hadas (Julia de Asensi) Libros Clásicos

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en la mano. Hizo seña a Juanito de que se acercara y le preguntó, cuando
el muchacho estuvo próximo, dónde se encontraba su padre.
-En el campo grande -contestó el niño.
-¿Y dónde es eso? -prosiguió el hombre.
-Por lo visto es V. forastero cuando no lo sabe. Mire por donde yo
señalo con la mano. Ese sendero de ahí enfrente tuerce a la izquierda,
sale a una explanada, luego...
-No hay quien lo entienda -interrumpió [73] el hombre-; y el caso es
que urge verle para el ajuste de los garbanzos y de la cebada. ¿No podrías
acompañarme?
-Mis padres me han prohibido salir de casa, y si falto a su orden me
castigarán.
-Más podrán castigarte si pierden la venta por ti.
-¿Y qué he de hacer, entonces?
-Acompañarme si quieres y si no dejarlo, que haré el trato con otro
labrador.
-Es que -prosiguió el niño-, dicen que hay dos secuestradores en el
país y por eso mis padres temen que salga.
-Yo te respondo de que yendo conmigo no los encontrarás; además llevo
un buen palo para defenderte.
-¿Los ha visto V?
-Sí, iban a caballo, camino del molino viejo.
-Entonces no hay temor, porque tenemos que ir hacia el lado opuesto.
Vamos.
Juanito salió, guiando al hombre por la senda que antes indicara.
La tarde era clara y serena, brillaba el sol en un cielo sin nubes y
el calor se dejaba sentir con fuerza, porque ni un árbol [74] daba sombra
a aquel campo sembrado de trigo a derecha e izquierda. Un estrecho sendero
conducía al lugar, aún muy distante, donde los padres del niño se hallaban
trabajando. Pero antes de llegar a la explanada de que hablara Juanito, el
hombre lanzó un silbido extraño y un joven se presentó casi en seguida
llevando un caballo de la brida. A una seña del que había obligado al
pequeño Juan a salir de su casa, el joven montó y el niño se vio cogido
por unos robustos brazos y colocado sobre el caballo también.

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