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El niño se acercó al
pozo y ¡cosa rara! creyó ver que en el fondo brillaba una luz.
-¿Estaré soñando? -se preguntó Juan.
Y siguió mirando, pero el pozo era muy hondo y no se veía si tenía
agua o estaba seco.
Poco después una voz, de mujer o de niño, cantó dentro del pozo el
siguiente romance con una música dulce y un tanto monótona:
Había en una ciudad
un bello y juicioso niño,
a quien unos malhechores
lograron poner cautivo.
Le llevaron engañado
a una casa con sigilo
donde había un gran terreno
que antes jardín hubo sido, [77]
rodeado de altas tapias,
con arbustos ya marchitos,
árboles mustios o secos
y un pozo, medio escondido,
en un bosque de rastrojo,
de gran abandono indicio;
pidieron por el muchacho
un rescate los bandidos,
mas siendo los padres pobres
y careciendo de amigos,
en balde fueron buscando
aquel oro apetecido,
precio de la libertad
del idolatrado hijo.
Por vengarse, los ladrones
presto hubieron decidido
arrojar en aquel pozo
al pobre muchacho vivo,
y sin escuchar sus ruegos
aquellos hombres indignos,
levantándole en sus brazos
le lanzaron al abismo.
Antes de llegar al fondo
los ángeles, también niños,
quizá hermanos por el alma
del prisionero afligido,
trocaron las duras piedras [78]
por un césped duro y fino
y bellas flores silvestres
de nombres desconocidos,
que en algún jardín del cielo
acaso hubieron cogido,
y entonces el secuestrado,
no esperando tal prodigio,
halló al caer aquel lecho
donde se quedó dormido...
La voz se fue extinguiendo poco a poco, y Juanito no oyó las ultimas
palabras del romance. Pero aquel canto le había llenado de esperanza;
sabía que si le arrojaban al pozo no tendría nada que temer. Miró hacia el
fondo y observó que la luz, que poco antes viera brillar, había
desaparecido.
Se echó sobre la hierba y esperó con relativa tranquilidad la vuelta
de los malvados secuestradores. Éstos llegaron a las doce de la noche, muy
disgustados porque los padres de Juanito no habían depositado el dinero en