Cinco Semanas en Globo (Julio Verne) Libros Clásicos

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Samuel se opuso constantemente.
-Los jefes -dijo- van armados con mosquetes, y nuestro globo ofrece un blanco fácil
para alojar en él una bala.
-Y un balazo, ¿echaría abajo el globo? -preguntó Joe.
-Inmediatamente, no; pero el agujero se haría grande muy pronto, y por él se escaparía
todo el gas.
-Mantengámonos, pues, a una distancia respetable de esos tunantes. ¿Qué pensarán de
nosotros, viéndonos volar por el aire? Estoy seguro de que desean adorarnos.
-Que nos adoren, pero de lejos -respondió el doctor-. No les quiero ver de cerca. Mirad,
el país toma otro aspecto. Las aldeas son más escasas; los inangles han desaparecido; a
esta latitud la vegetación se detiene. El terreno se vuelve montuoso y preludia montañas
proximas.
-En efecto -dijo Kennedy-, me parece que por aquel lado distingo algunas
prominencias.
-Hacia el oeste... Son las primeras cordilleras del Urizara; el monte Duthumi, sin duda,
detrás del cual espero que podamos refugiarnos para pasar la noche. Voy a activar la
llama del soplete, pues debemos mantenernos a una altura de entre quinientos y
seiscientos pies.
-Es una magnífica idea, señor, la que ha tenido -dijo Joe-, la maniobra no es difícil ni
fatigosa: se da vuelta a una llave y no hay necesidad de más.
-Aquí estamos mejor -afirmó el cazador, cuando el globo hubo subido; el reflejo de los
rayos del sol en la arena roja resultaba insoportable.
-¡Qué árboles tan magníficos! -exclamó Joe-. Aunque son una cosa muy natural, son
hermosísimos. Con menos de una docena se podría hacer un bosque.
-Son baobabs -respondió el doctor Fergusson-. Mirad, allí hay uno cuyo tronco tendrá
cien pies de circunferencia. Fue acaso al pie de este mismo árbol donde en 1845 pereció
el francés Malzan, pues nos hallamos sobre la aldea de Deje-la-Mhora, donde se aventuró
a entrar solo y fue apresado por el jefe de la comarca. Le amarraron al pie de un baobab,
y aquel negro feroz, mientras sonaba el canto de guerra, le cortó lentamente las articu-
laciones una tras otra; al llegar a la garganta se detuvo para afilar su cuchillo embotado y
arrancó la cabeza del desventurado mártir antes de que estuviese enteramente cortada. El
pobre francés tenía veintiséis años.
-¿Y Francia no ha vengado un crimen semejante? -preguntó Kennedy.
-Francia reclamó, y el sald de Zanzíbar hizo cuanto pudo para dar caza al asesino, pero

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