Cinco Semanas en Globo (Julio Verne) Libros Clásicos

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temibles si fuesen armados con una carabina Purdey Moore.
-No la necesitan -respondió Fergusson, cuyo semblante empezaba a nublarse.
Los quebrantahuesos volaban trazando inmensos círculos, que iban estrechándose
alrededor del Victoria. Cruzaban el cielo con una rapidez fantástica, precipitándose
algunas veces con la velocidad de un proyectil y rompiendo su línea de proyección
mediante un brusco y audaz giro.
El doctor, inquieto, resolvió elevarse en la atmósfera para escapar de aquel peligroso
vecindario y dilató el hidrógeno del globo, el cual subió al momento.
Pero los quebrantahuesos subieron con él, poco dispuestos a abandonarlo.
-Tienen trazas de querer armar camorra -dijo el cazador, amartillando su carabina.
En efecto, los pájaros se acercaban, y algunos de ellos parecían desafiar las armas de
Kennedy.
-¡Qué ganas tengo de hacer fuego! -dijo éste.
-¡No, Dick, no! ¡No los provoquemos! ¡Nos atacarían!
-¡Buena cuenta daría yo de ellos!
-Te equivocas, Dick.
-Tenemos una bala para cada uno.
-Y si se colocan encima del globo, ¿cómo les dispararás? Imagínate que te encuentras
en tierra frente a una manada de leones, o rodeado de tiburones en pleno océano. Pues
bien, para un aeronauta, la situación no es menos peligrosa.
-¿Hablas en serio, Samuel?
-Muy en serio, Dick.
-Entonces, esperemos.
-Aguarda... Estáte preparado por si nos atacan, pero no hagas fuego hasta que yo te lo
diga.
Los pájaros se agruparon a poca distancia, de suerte que se distinguían perfectamente
su cuello pelado, que estiraban para gritar, y su cresta cartilaginosa, salpicada de papilas
violáceas, que se erguía con furor. Su cuerpo tenía más de tres pies de longitud, y la parte
inferior de sus blancas alas resplandecía al sol. Hubiérase dicho que eran tiburones
alados, con los cuales presentaban un fantástico parecido.
-¡Nos siguen! -dijo el doctor, viéndolos elevarse con él-. ¡Y por más que subamos,
subirán tanto como nosotros!
-¿Qué hacer, pues? -preguntó Kennedy. El doctor no respondió-. Atiende, Samuel
-prosiguió el cazador-; haciendo fuego con todas nuestras armas, tenemos a nuestra
disposición diecisiete tiros contra catorce enemigos. ¿Crees que no podremos matarlos o
dispersarlos? Yo me encargo de unos cuantos.
-No pongo en duda tu destreza, Dick, y doy por muertos a los que pasen por delante de
tu carabina; pero, te lo repito, si atacan el hemisferio superior del globo, se pondrán a
cubierto de tus disparos y romperán el envoltorio que nos sostiene.

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