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filones. Había, pues, bajo el suelo del condado de Stirling una enorme masa mineral
cruzada de túneles, atijereada por pozos; una especie de hipogeo de laberinto subterráneo,
que parecía un inmenso hormiguero.
Los mineros de los diversos departamentos se encontraban con frecuencia cuando iban
o venían a su trabajo de explotación: de aquí provenía la constante facilidad del trato y de
comunicar de uno a otro departamento las historias que tomaban su origen en la misma
mina. Las narraciones se transmitían así con una rapidez maravillosa, pasando de boca en
boca, y creciendo, como siempre sucede.
Sin embargo, dos hombres más instruidos, a de temperamento más positivo que los
demás, habían resistído siempre esta corriente; y no admitían de ninguna manera la in-
tervención de los duendes, de los genios y de las hadas.
Eran Simon Ford y su hijo. Y lo probaron bien con seguir viviendo en la sombría cripta,
después del abandono de la mina. Tal vez la buena Margarita tenía alguna afíción a lo
sobrenatural, como toda escocesa. Pero se veía reducida a contarse a sí misma estas
historias de apariciones; lo que por otra parte hacía con mucha cor ciencía, para no perder
la tradición.
Aunque Simon y Harry Ford hubiesen sido tan crédulos como sus compañeros no por
eso habrían abandonado la mina a los genios y a las hadas. La esperanza de descubrir un
nuevo filón les habría hecho desafiar a todas las legiones de duendes. No eran crédulos;
no eran creyentes mas que respecto de un sólo punto: no podían admitir que el depósito
carbonífero de Aberfoyle estuviese totalmente agotado. Puede decirse con exactitud que
Simon Ford y su hijo tenían en este punto la fe del carbonero, esta fe en Dios que nada
puede conmover.
Así es que hacía diez años, sin faltar un día, que obstinados, inmutables en sus
convicciones, el padre y el hijo cogían su pico, su palo y su lámpara e iban buscando, tan-
teando la roca, con golpes secos, y escuchando si producía un sonido favorable.
Mientras que las explotaciones no llegasen al granito del terreno primario, Simon y
Harry Ford estaban de acuerdo en que la investigación inútil hoy, podía ser útil mañana; y
que no debía ser abandonada. Se habían propuesto pasar la vida entera tratando de volver