Una ciudad flotante (Julio Verne) Libros Clásicos

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cada movimiento del pie opuesto con un movimiento alternativo. Iban descalzos. Su
talón, que nunca tocaba el suelo, les dejaba la elasticidad suficiente para conservar la
fuerza adquirida. En una palabra, todos sus movimientos se relacionaban y apoyaban.
A la segunda vuelta, O´Keilly y Wilmore, siempre alineados, habían distanciado a sus
adversarios, que ya habían echado el pulmón, como suele decirse. Demostraban palpa-
blemente la verdad de este axioma que repetía el doctor:
«No se corre con las piernas, sino con el pecho. Bueno es tener fuerza en las corvas,
pero es mejor tenerla en los pulmones.»
En la penúltima vuelta, los gritos de los espectadores saludaron de nuevo a sus
favoritos. Los vivas y palmadas resonaron por todos lados.
-El chiquitín gana -me dijo Pitferge-. No bufa y su rival jadea.
En efecto, Wilmore tenía el semblante tranquilo y descolorido. O´Keilly humeaba como
una hoguera de paja mojada.
Andaba «a fuerza de látigo», usando la expresión adoptada en la jerga de los
deportistas. Pero se mantenían en la misma línea. Pasaron por fin más allá de la escotilla
de la máquina, pasaron del poste de llegada.
-¡Bravo! ¡Bien por Wilmore! -gritaron los unos.
-¡Bien por O´Keilly! -exclamaron los otros.
-¡Ha ganado Wilmore!
-¡No, hay empate!
La verdad era que había ganado Wilmore, pero por menos de media cabeza. Así lo dijo
el honorable Macarthy. Pero la discusión se acaloró, llegando a palabras mayores. Los
partidarios de O´Keilly, particularmente Harry Drake, sostenían que había dead head y
debía empezar de nuevo la dudosa carrera.
Fabián, arrastrado por un movimiento involuntario, se acercó a Drake y le dijo con
frialdad:
-Os equivocáis, caballero. El escocés ha vencido.
Drake se adelantó con prontitud hacia Fabián.
-¿Qué decís? -preguntó en tono de amenaza.
-Que os equivocáis -respondió tranquilamente el capitán.
-Sin duda -repuso Drake-, porque habéis apostado por Wilmore.
-He apostado por el otro, como vos. Pago y callo.
-Señor mío -gritó Drake-, ¿queréis, acaso, enseñarme?...
Corsican no le dejó acabar, pues se colocó entre él y Fabián, con el firme propósito de
tomar la cuestión por cuenta propia. Trató a Drake con una dureza y un desprecio muy
significativo, pero Drake, por lo visto no quería habérselas con el. Así que hubo
concluido Corsican, cruzándose de brazos y dirigiéndose a Fabián, dijo Drake:
-Este caballero, según veo, necesita que sus amigos le defiendan.

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