Una ciudad flotante (Julio Verne) Libros Clásicos

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-Capitán -respondí cogiendo la mano de tan adicto amigo-, aún no hemos recibido la
visita de los padrinos de Drake. Aunque todas las circunstancias os dan la razón, aún no
puedo desesperar.
-¿Conocéis algún medio de evitar el desafío?
-No, hasta ahora, al menos. Sin embargo, ese desafío, si ha de efectuarse, ha de ser en
América, y antes de llegar, la casualidad, que ha creado esta situación, puede libramos de
ella.
Corsican movió la cabeza, como hombre que no admite la eficacia de la casualidad en
los negocios humanos. En aquel momento subió Fabián la escalera que conducía a la
cubierta. Me impresionó su palidez. La herida sangrienta de su corazón había vuelto a
abrirse. Entristecía su aspecto. La seguimos. Erraba, sin objeto, evocando aquella pobre
alma medio libre de su cubierta mortal, y trataba de evitarnos.
-¡Era ella! ¡La loca! -dijo-. Era Elena, ¿no es verdad? ¡Pobre Elena mía!
Dudaba aún, y se alejó de nosotros, sin esperar una respuesta que no hubiéramos tenido
valor para darle.


CAPÍTULO XXVIII

Al mediodía, Drake no había enviado aún sus padrinos, a pesar de que ya debía haberse
cumplido este preliminar, si Drake trataba de obtener satisfacción con las armas en la
mano. ¿Podía darnos alguna esperanza aquel retraso? Yo sabía perfectamente que las
razas sajonas entienden las cuestiones de pundonor de muy distinta manera que nosotros,
y que el desafío ha desaparecido casi por completo de las costumbres inglesas. Como ya
he dicho, no sólo la ley es severa con los duelistas, y no es fácil eludirla, como en
Francia, sino que la opinión se declara contra ellos. Pero el caso de Drake y Fabián era
excepcional. El lance había sido buscado, deseado. El ofendido había, por decirlo así,
provocado al ofensor, y todos mis razonamientos, conducían a esta deducción: el
encuentro de aquellos dos hombres era inevitable.
En aquel momento, los paseantes invadieron la cubierta. Eran los fieles domingueros,
que salían del templo. Oficiales, marineros y pasajeros regresaban a sus puestos o a sus
camarotes.
A las doce y media el cartel anunciaba:


Lat. 400 33 y N.
Long. 660 21´ O.
Car. 214 millas.

El Great-Eastern no distaba más que 348 millas de la punta de Landy-Hook, lengua
pantanosa que forma la entrada de los pasos de Nueva York.

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