Página 71 de 97
oscilando en sus muñones, se asemejaban a un grupo de campanas lanzadas a vuelo. Las
ruedas daban once vueltas por minuto, y el buque marchaba a razón de trece millas por
hora.
A las doce, los oficiales no se ocuparon de observar el sol. Conocían su posición por
rutina. Pronto se iba a señalar la tierra.
Después del lunch, mientras paseaba, vino a buscarme el capitán Corsican. Tenía algo
que decirme. Lo comprendí, al ver la expresión de su semblante.
-Fabián -me dijo-, ha recibido a los testigos de Drake. Me ha nombrado padrino suyo y
os ruego me acompañéis. ¿Puede contar con vos?
-Sí, capitán. ¿Por lo visto, ya no hay esperanza de arreglo?
-Ninguna.
-Pero, decidme: ¿cómo empezó la cuestión?
-Una disputa de juego, un pretexto, ni más ni menos. Si Fabián no conocía a Drake, éste
conocía a Fabián. El nombre de Fabián es un remordimiento para ese hombre, y quiere
darle muerte con el hombre que lo lleva.
-¿Quiénes son los testigos de Drake?
-Uno de ellos es ese farsante...
-¿El doctor T ... ?
-Precisamente. El otro es un yanqui a quien no conozco.
-¿Cuándo los veremos?
-Los espero aquí.
En efecto, pronto divisé a los dos testigos de Drake, que se acercaban a nosotros.
El doctor T... estaba muy satisfecho: le parecía haber crecido cinco codos, sin duda
porque apadrinaba a un pillastre. Su compañero, otro de los comensales de Drake, era
uno de esos mercaderes eclécticos que están siempre dispuestos a vender cualquier cosa
que se les quiera comprar.
El doctor T... tomó la palabra, después de haber hecho con énfasis un saludo a que
Corsican apenas se dignó contestar.
-Señores -dijo el doctor T... con tono solemne-; nuestro amigo Drake, un gentleman
cuyo mérito y compostura son de todos conocidos, nos ha enviado a tratar con vosotros
un asunto delicado. En otros términos, el capitán Fabián Macelwin, a quien nos hemos
dirigido, os ha nombrado sus representantes para este lance. Creo que, nos arreglaremos,
como cumple a personas bien educadas tocante a nuestra delicada misión.
No respondimos, dejando a aquel hombre recalcar su «delicadeza».
-Señores –prosiguio-, no es discutible que mister Drake es el ofendido. El capitán
Macelwin, sin razón y hasta pretexto, ha desconfiado de la honradez de nuestro represen-
tado, en una cuestión de juego, y después, sin provocación alguna, le ha inferido el