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rostro estaba negro.
El desgraciado, llamando al rayo con la punta de su florete, había recibido todo su
choque.
Elena se separó de Fabián, se acercó a Harry Drake, con la mirada llena de angelical
compasión. Le puso la mano sobre un hombro... Aquel ligero contacto bastó para romper
el equilibrio. El cuerpo de Drake cayó como una masa inerte.
Elena se inclinó sobre aquel cadáver, mientras nosotros retrocedíamos espantados. El
miserable Harry estaba muerto.
-¡Muerto por el rayo! -dijo el doctor cogiéndome el brazo-. ¡Muerto por el rayo! ¡Ah!
¡Y no queríais creer en la intervención del rayo!
En efecto, ¿Drake había sido víctima del rayo, como afirmaba el doctor Pitferge, o,
como aseguró después el médico del buque, se había roto un vaso en el pecho de aquel
desdichado? No lo sé. Lo cierto es que no teníamos ante los ojos más que un cadáver.
CAPÍTULO XXXIV
Al otro día, martes 9 de abril, a las once de la mañana, el Great-Eastern levaba anclas y
aparejaba para entrar en el Hudson. El práctico maniobraba con incomparable golpe de
vista. La tempestad se había disipado durante la noche. Las últimas nubes desaparecían
en el extremo horizonte. El mar estaba animado por una escuadrilla de goletas, que se
dirigían a la costa.
A las once y media llegó la Sanidad. Era un barco pequeño de vapor, que llevaba a su
bordo la comisión sanitaria de Nueva York. Provisto de un balancín que subía y bajaba,
su velocidad era grande; aquel buque me dio la muestra de los pequeños ténders
americanos, todos del mismo modelo. Unos veinte de ellos nos rodearon muy pronto.
No tardamos en pasar más allá del Light-Boat, faro flotante que marca los pasos del
Hudson. Pasamos rozando la punta de Sandy Hook, lengua arenosa terminada por un
paso; algunos grupos de espectadores nos aclamaron desde dicha punta.
Así que el Great-Eastern hubo costeado la bahía interior formada por la punta de Sandy
Hook, en medio de una escuadrilla de pescadores, distinguí las florecientes y verdes
alturas de Nueva Jersey, los enormes fuertes de la bahía, y luego la línea baja de la gran
ciudad, que se prolonga entre el Hudson y el río del Este, como Lyon entre el Saona y el
Ródano.
A la una, después de pasar a lo largo de los muelles de Nueva York, el Great-Eastern