Una ciudad flotante (Julio Verne) Libros Clásicos

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A las nueve, habíamos regresado ya a la fonda, donde abandonamos nuestros mojados
ropajes. Vuelto a la orilla, lancé un grito de sorpresa y de alegría.
-¡Corsican!
El capitán me oyó y se acercó a mí.
-¡Vos aquí! -exclamó-. ¡Qué alegría!
-¿Y Fabián? ¿Y Elena? -pregunté, mientras nos estrechábamos las manos.
-Ahí están, todo lo bien que es posible. Fabián lleno de esperanza, y Elena recobrando
poco a poco la razón.
-Pero ¿cómo os encuentro en el Niágara?
El Niágara -respondió Corsican- es el punto de cita veraniega de los ingleses y los
americanos. Aquí se respira; aquí, ante el sublime espectáculo de las cataratas, se recobra
la salud. Este hermoso paisaje impresionó a Elena, y por eso hicimos alto aquí, en la
margen del Niágara. Mirad esa casa de campo, Clifton-House, en medio de los árboles, a
media ladera. En ella vivimos, en familia, con la hermana de Fabián, que se ha
consagrado a nuestra pobre amiga.
- Ha reconocido Elena a Fabián?
-No, aún no -respondió el capitán-. Sabéis, sin embargo, que, en el momento de caer
Harry Drake herido mortalmente, Elena tuvo un instante de lucidez. Su razón se abrió
paso al través de las tinieblas que la envolvían. Pero aquella lucidez desaparecio pronto.
No obstante, desde que se halla en medio de este aire puro, en este medio tranquilo, el
doctor ha notado una mejoría sensible en el estado de Elena. Está serena, su sueño no es
inquieto, en sus ojos se ve como un esfuerzo para recobrar algo, de lo pasado o del
porvenir.
-¡Ah, querido amigo! -le dije-. La curaréis. Pero ¿dónde están Fabián y su prometida?
-¡Mirad! -dijo Corsican, extendiendo el brazo hacia el Niágara.
En la dirección indicada, distinguí a Fabián, que aún no nos había visto. Estaba en pie
sobre una roca, sin separar su mirada de Elena, que estaba sentada a algunos pasos de él.
Aquel sitio de la orilla derecha se llama «Table-Rock». Es una especie de promontorio
peñascoso, volado sobre el río que muge a doscientos pies por debajo. En otro tiempo, la
superficie volada era mayor. Pero derrumbamientos sucesivos de enormes trozos de
piedra han reducido su superficie a algunos metros cuadrados.
Élena contemplaba la Naturaleza, sumida en mudo éxtasis. Desde aquel sitio, el aspecto
de los saltos de agua es motsu lime, dicen los guías, y tienen razón.

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