Una ciudad flotante (Julio Verne) Libros Clásicos

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del Este y Brooklyn Llegada la noche, me despedí del buen doctor con verdadera pena,
pues comprendía que dejaba en él un verdadero amigo.
El martes, 16 de abril, era el día marcado para la salida del Great-Eastern; a las once
me personé en el embarcadero número 37, donde el ténder, ya con muchos pasajeros a su
bordo, me esperaba. ¡Me embarqué! En el momento en que el ténder iba a desatracar
sentí que me cogían por el brazo. Me sorprendió agradablemente ver que era el doctor
Pitferge.
-¡Vos! --exclamé-. ¿Regresáis a Europa?
-Sí, mi querido amigo.
-En el Great-Eastern.
-Sí -me dijo sonriendo-. He reflexionado y parto. Pensadlo bien: este será tal vez el
último viaje del Great-Eastern, el viaje del cual no se vuelve.
La campana iba a tocar para la salida, cuando uno de los camareros del «Fifth Avenue
Hotel», corriendo a todo correr, me entregó un telegrama de Niágara Falls. «Elena ha
resucitado. Ha recobrado la razón por completo. El doctor responde de ella.» Así me
decía el capitán Corsican.
Comuniqué tan grata nueva al doctor Pitferge.
-¡Responde de ella! ¡Responde de ella! -replicó gruñendo mi compañero de viaje-. Yo
también respondo. Pero ¿qué prueba eso? ¡Quien respondiera de mí, de vos, de todos
nosotros, amigos míos, tal vez se equivocara!
Doce días después, llegamos a Brest, y al día siguiente a París. La travesía de regreso se
había hecho sin accidente, con gran sentimiento de Pitferge, que esperaba siempre su
naufragio.
Al hallarine sentado delante de mi mesa, si no hubiera tenido a la vista estos apuntes de
cada día, el Great-Eastern, la ciudad flotante que había habitado por espacio de un mes,
el encuentro de Elena y Fabián, el incomparable Niágara, todo me hubiera parecido un
sueño. ¡Ah, cuán hermosos son los viajes «hasta cuando se vuelve de ellos», diga el
doctor lo que quiera!
Por espacio de ocho meses, permanecí sin oír hablar de aquel tipo original. Pero un día,
el correo me trajo una carta de timbres multicolores, que empezaba con estas palabras:
«A bordo del Cornogny, arrecifes de Aukland. Por fin hemos naufragado ... »
Y terminaba con éstas:
«¡Qué bien me encuentro! Vuestro de todo corazón
Dean Pitferge.»

FIN

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