Viaje al centro de la Tierra (Julio Verne) Libros Clásicos

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duda la autenticidad de su remoto origen.
Enmudeció el profesor y prorrumpieron mis manos en unánimes aplausos. Por otra
parte, mi tío tenía razón, y otros bastante más sabios que su sobrino habrían tenido que
tentarse la ropa antes de tratar de combatirle.
Otro indicio. Aquel cadáver fosilizado no era el único que había en aquel inmenso
osario. A cada paso que dábamos, encontrábamos otros nuevos, de suerte que mi tío tenía
donde elegir el más maravilloso ejemplar para convencer a los incrédulos.
A decir verdad, era un asombroso espectáculo el que ofrecían aquellas generaciones de
hombres y de animales confundidos en aquel cementerio. Pero se nos presentaba una
grave cuestión que no osábamos resolver. Aquellos seres animados, ¿se habían deslizado,
mediante una conmoción del suelo, hasta las playas del mar de Lidenbrock cuando ya
estaban convertidos en polvo, o vivieron allí, en aquel mundo subterráneo, bajo aquel
cielo fantástico, naciendo y muriendo como los habitantes de la superficie de la tierra?
Hasta entonces, sólo se nos habían presentado vivos los peces y los monstruos marinos;
¿erraría aún por aquellas playas desiertas algún hombre del abismo?

XXXIX
Nuestros pies siguieron hollando durante media hora aún aquellas capas de osamentas.
Avanzábamos impulsados por una ardiente curiosidad. ¿Qué otras maravillas y tesoros
para la ciencia encerraba aquella caverna? Mi mirada se hallaba preparada para todas los
sorpresas, y mi imaginación para todos los asombros.
Las orillas del mar habían desaparecido, hacía ya mucho tiempo, detrás de las colinas
del osario. El imprudente profesor alejábase demasiado conmigo sin miedo de
extraviarse. Avanzábarnos en silencio bañados por las ondas eléctricas. Por un fenómeno
que no puedo explicar, y gracias a su difusión, que entonces era completo, alumbraba la
luz de una manera uniforme las diversas superficies de los objetos. Como no dimanaba de
ningún foco situado en un punta determinada del espacio, no producía efecto alguno de
sombra. Todo ocurría como si nos encontrásemos en pleno mediodía y en pleno estío, en
medio de las regiones ecuatoriales, bajo los rayos verticales del sol. Todos los vapores
habían desaparecido. Las rocas, las montañas lejanas, algunas masas confusas de selvas
alejadas adquirían un extraño aspecto bajo la equitativa distribución del fluido luminoso.
Nos parecíamos al fantástico personaje de Hoffmann que perdió su sombra.

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