Viaje al centro de la Tierra (Julio Verne) Libros Clásicos

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descubiertos en 1801 en las pantanos del Ohio. Contemplaba aquellos elefantes
monstruosos, cuyas trompas se movían entre los árboles como una legión de serpientes.
Escuchaba el ruido de sus largos colmillos cuyo marfil taladraba los viejos troncos.
Crujían las ramas, y las hayas, arrancadas en cantidades enormes, desaparecían por las
inmensas fauces de aquellos enormes monstruos.
¡El sueño en que había visto renacer todo el mundo de los tiempos prehistóricos, de las
épocas ternaria y cuaternaria tomaba forma real! Y estábamos allí, solos, en las entrañas
del globo, a merced de sus feroces habitantes
Mi tío miraba atónito.
-Vamos -dijo de repente, asiéndome por el brazo-. ¡Adelante! ¡Adelante!
-No -exclamé-; carecemos de armas. ¿Qué haríamos en medio de ese rebaño de
gigantescos cuadrúpedos? ¡Venga, tío, venga! ¡Ninguna criatura humana podría desafiar
impunemente la cólera de esos monstruos!
-¡Ninguna criatura humana! -respondió mi tío bajando la voz-. ¡Te engañas, Axel!
¡Mira! ¡Mira hacia allí! Me parece que veo un ser viviente Un ser semejante a nosotros.
¡Un hombre!
Miré, encogiéndome de hombros, resuelto a llevar mi incredulidad hasta los últimos
limites: pero no tuve mas remedio que rendirme a la evidencia.
¡En efecto, a menos de un cuarto de hora, apoyado sobre el tronco de un enorme kauris,
un ser humano, un Proteo de aquellas subterráneas regiones, un nuevo hijo de Neptuno,
apacentaba aquel innumerahie rebaño de mastodontes!
Inmanis pecoris custos inmanior ipse!
¡Si! inmanior ipse! No se trataba ya del ser fósil cuyo cadáver habíamos levantado en
el osario, sino de un gigante capaz de imponer su voluntad a aquellos monstruos. Su talla
era mayor de doce pies. Su cabeza, del tamaño de la de un búfalo, desaparecía entre las
espesuras de una cabellera inculta, de una melena de crines parecida a la de los elefantes
de las primitivas édades.
Blandía en su mano un enorme tronco, digno de aquel pastor antediluviano.
Habíamos quedado inmóviles, estupefactos; podíamos ser de un momento a otro
descubiertos; había que huir.
-¡Venga usted! ¡Venga usted! -exclamé. tirando de mi tío, quien, por primera vez, hubo
de dejarse arrastrar.
Un cuarto de hora más tarde, nos hallábamos fuera de la vista de aquel formidable
enemigo.
Y ahora que pienso en ello con tranquilidad, ahora que ha renacido la calma en mi
espíritu, y han transcurrido meses desde este extraño y sobrenatural encuentro, ¿qué debo

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