Viaje al centro de la Tierra (Julio Verne) Libros Clásicos

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ensanchaba considerablemente. Aquél era, a no dudarlo, el camino de Saknussemm; pero
en vez de descender nosotros solos, habíamos arrastrado todo un mar con nosotros,
gracias a nuestra imprudencia.
Bien se comprenderá que estas ideas asaltaron mi mente de un moda vago y obscuro,
costándome mucho trabajo asociarlas durante aquella vertiginosa carrera que parecía una
caída. A juzgar por el aire que me azotaba la cara, nuestra velocidad debía ser superior a
la de los trenes más rápidos. Era, pues, imposible encender una antorcha en tales
condiciones, y nuestro último aparato eléctrico habíase destrozado en el momento de la
explosión.
Grande fue, pues, mi sorpresa al ver repentinamente brillar una luz a mi lado, que
iluminó el semblante de Hans. El hábil cazador había lograda encender la linterna, y,
aunque su llama vacilaba, amenazando apagarse, lanzó algunas resplandores en aquella
espantosa obscuridad.
La galería era ancha, cual ya me había figurado. Nuestra insuficiente luz no nos
permitía ver sus dos paredes a un tiempo. La pendiente de las aguas que nos arrastraban
excedía a la de las rápidos más insuperables de América; su superficie parecía formada
por un haz de flechas líquidas, lanzadas con extremada violencia. No encuentro otra
comparación que exprese mejor mi idea. La balsa corría a veces dando vueltas, al
impulso de ciertos remolinos. Cuando se aproximaba a las paredes de la galería, acercaba
a ellas la linterna, y su luz me permitía apreciar la velocidad que llevábamos al ver que
los salientes de las rocas trazaban líneas continuas, de suerte que nos hallábamos, al
parecer, encerrados en una red de líneas movedizas. Calculé que nuestra velocidad debía
ser do treinta leguas por hora.
Mi tío y yo nos mirábamos con inquietud, agarrados al trozo de mástil que quedaba.
pues, en el momento de la explosión, este último se había roto en dos pedazos.
Marchábamos con la espalda vuelta al aire, para que no nos asfixiase la rapidez de un
movimiento que ningún poder humano podía contrarrestar.
Las horas, entretanto, transcurrían, y la situación no cambiaba, hasta que un nuevo
incidente vino a complicarla.
Como tratase de arreglar un poco la carga, vi que la mayor parte de los objetos que
componían nuestro impedimento habían desaparecido en el momento de la explosión,

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