Viaje al centro de la Tierra (Julio Verne) Libros Clásicos

Página 170 de 185

por eso dije al profesor:
-Si nos ahogamos o nos estrellamos, y si no nos morimos de hambre, nos queda
siempre la probabilidad de ser quemados vi vos.
Pero él se contentó con encogerse de hombros, y abismóse de nuevo en sus refexiones.
Transcurrió una hora más, y, salvo un ligero aumento de la temperatura no vino ningún
nuevo incidente a modificar la situation. Al fin, rompió el silencio mi tío.
-Veamos -dijo- preciso tomar un partido.
-¿Tomar un partido? -repliqué.
-Sí ; es preciso reparar nuestras fuerzas. Si tratamos de prolongar nuestra existencia
algunas horas, economizando ese resto de alimentos, permaneceremos débiles hasta el
fin.
-Sí, hasta el fin, que no se hará esperar.
-Pues bien, si se presenta una ocasión de salvarnos, ¿dónde hallaremos la fuerza
necesaria para obrar, si permitimos que nos debilite el ayuno?
-Y una vez que devoremos este pedazo de carne, ¿qué nos quedará ya, tíó?
-Nada, Axel, nada; pero, ¿te alimentará más comiéndolo con la vista? ¡Tus
razonamientos son propios de un hombre sin voluntad, de un ser sin energía!
-Pero, ¿aún conserva usted esperanzas? -le pregunté, irritado.
-Sí -replicó el profesor, con firmeza.
-¡Cómo! ¿Cree usted que existe algún medio de salvación.
-Sí, por cierto. Mientras el corazón lata, mientras la carne palpite, no me explico que un
ser dotado de voluntad se deje dominar por la desesperación.
Qué admirables palabras El hombre que las pronunciaba en circunstancias tan críticas,
poseía indudablemente un temple poco común.
-Pero, en fin -dije yo-, ¿qué pretende usted hacer?
--Comer lo que queda de alimentos hasta la última migája para reparar nuestras
perdidas fuerzas. Si está escrito que esta comida nuestra sea la última, tengamos
resignación; pero, al menos, en vez de estar extenuados, volveremos o ser hombres.
-¡Comamos, pues! --exclamé.
Tomó mi tío el trozo de carne y las pocas galletas salvados del naufragio, hizo tres
partes iguales y las distribuyó. Cúponos, próximamente una libra de alimentos a cada
uno. El profesor comió con avidez, con una especie de entusiasmo febril; yo, sin gusto, a
pesar de mi hambre, y casi con repugnancia ; Hans, tranquilamente, con moderación, a
bocados menudos que masticaba sin ruido y saboreaba con la calma de un hombre a
quien lo porvenir no le inquieta. Huroneando bien, había encontrado una calabaza
mediada de ginebra que nos ofreció, y aquel licor benéfico logró reanimarme un poco.

Página 170 de 185
 



Grupo de Paginas:           

Compartir:




Diccionario: