Viaje al centro de la Tierra (Julio Verne) Libros Clásicos

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fuego lamían chisporroteando sus paredes.
¡Mire usted! ¡Mire usted, tío! -exclamé.
¡No te importe. Son llamas sulfurosas que no faltan en ninguna erupción.
-Pero, ¿y si nos envuelven?
-No nos envolverán.
-Pero, ¿y si nos asfïxian?
-No nos asfixiarán; la galería se ensancha, y, si fuere necesario, abandonaríamos la
balsa para guarecernos en alguna grieta.
-¿Y el agua? ¿Y el agua que sube?
-Ya no hay agua ninguna, Axel, sino uno especie de pasta de lava que nos eleva
consigo hasta la boca del cráter.
En efecto, la columna líquida había desaparecido, siendo reemplazado por materias
eruptivas bastante densas, aunque hirvientes. La temperatura se hacía insoportable, y un
termómetro expuesto en aquella atmósfera habría marcado más de 70°. El sudor me
inundaba, y si la ascensión no hubiera sido tan rápida, nos habríamos asfixiado sin duda.
No insistió el profesor en su propósito de abandonar la balsa, a hizo bien. Aquel puñado
de tablas mal unidas ofrecían una superficie sólida, un punto de apoyo que, de otro modo,
no hubiéramos hallado.
A eso de las ocho de la mañana, sobrevino un nuevo incidente. Cesó el movimiento
ascensional de improviso y la balsa quedó completamente inmóvil.
-¿Qué es esto? -pregunté yo, sacudido por aquella parada repentina que me hizo el
efecto de un choque.
-Un alto -respondió mi tío.
-¿Es que la erupción se calma?
-Me parece que no.
Levantéme y traté de averiguar lo que ocurría en torno nuestro. Tal vez la balsa,
detenida por alguna roca saliente, oponía una resistencia momentánea a la masa eruptiva.
En este caso, era preciso apresurarse a librarla cuanto antes del tropiezo.
Mas no había obstáculo alguno. La columna de cenizas, escorias y piedras, había
dejado de subir de una manera espontánea.
-¿Se habrá detenido la erupción por ventura?-dije yo.
-¡Ah! -exclamó mi tío, apretando los dientes- si tal temes, tranquilízate, hijo mío! ; esta
calma no puede prolongarse; hace cinco minutos que dura, y no tardaremos en reanudar
nuestra ascensión hacia la boca del cráter.
Al hablar así, el profesor no cesaba de consultar su cronómetro, y tampoco esta vez se
equivocó en sus pronósticos. Pronto volvió a adquirir la balsa un movimiento rápido y
desordenado que duró dos minutos aproximadamente y se detuvo de nuevo.
Bueno -dijo mi tío, mirando la hora-, dentro de diez minutos nos pondremos en marcha

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