Viaje al centro de la Tierra (Julio Verne) Libros Clásicos

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tenemos con él contraída, y abrigo la esperanza de no abandonar este mundo sin volver a
verle otra vez.
Para concluir, añadiré que este Viáje al centro de la Tierra produjo una unánime
sensación en el mundo. Fue traducido e impreso en todas las lenguas; los más
importantes periódicos publicarón sus principales episodios, que fueron comentados,
discutidos, atacados y defendidos con igual entusiasmo por los creyentes a incrédulos. Y,
cosa rara, mi tío disfrutó todo el resto de su vida de la gloria que había conquistado, y no
faltó un señor Barnuim que le propusiese exhibirle, a muy elevado precio, en los Estados
Unidos.
Pero un profundo disgusto, un verdadero tormento amargaba esta gloria. El hecho de la
brújula seguía sin explicación, y el que semejante fenómeno no hubiese sido explicado
constituía verdaderamente un suplicio para la inteligencia de un sabio. El Cielo, sin
embargo, reservaba a mi tío una felicidad completa.
Un día, arreglando en su despacho una colección de minerales, descubrí la famosa
brújula y me puse a examinarla.
Hacía seis meses que estaba allí, en un rincón, sin poder sospechar los quebraderos de
cabeza que estaba proporcionando.
¡Qué estupefacción la mía! Lancé un grito que hizo acudir al profesor.
-¿Qué ocurre? -preguntó.
-¡Esta brújula!
-¿Qué? ¡Acaba!
-¡Que su aguja señala hacia el Sur, en vez de señalar hacia el Norte!
-¿Qué dices?
-¡Mire usted! ¡Sus polos están invertidos!
-¡Invertidos!
Mi tío miró, comparó y pegó un salto que hizo retemblar la çosa
¡Qué luz tan viva iluminó de repente su inteligencia y la mía!
-¿De suerte -exclamó cuando pudo recuperar el use de la palabra, que desde nuestra
llegada al cabo Saknussemm, la aguja de esta condenada brújula señalaba hacia el Sur, en
vez de señalar hacia el Norte?
-No cabe duda alguna.
-Nuestro error se explica entonces de un modo satisfactorio. Pero, ¿qué fenómeno ha
podido producir esta inversión de sus polos?
-La cosa no puede ser más sencilla.
-Explícate, hijo mío.
-Durante la tempestad que hubo de desarrollarse en el mar de Lidenbrock, aquel globo
de fuego que imanó el hierro de la balsa, desorientó nuestra brújula, invirtiendo sus polos.
-¡Ah! --exclamó el profesor, soltando la carcájada-, ¡buena nos lo ha jugado la
electricidad!
A partir de aquel día, fue mi tío el más feliz de los sabios, y yo el más dichoso de los

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