Jane Eyre (Charlotte Bronte) Libros Clásicos

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Mi deber es educarte bien. Te quedarás encerrada una hora más y cuando salgas será a condición de que has de ser obediente en lo sucesivo.
-¡Ay, por Dios, tía! ¡Perdóneme! ¡Tenga compasión de mí! ¡Yo no puedo soportar esto! ¡Castígueme de otro modo! ¡Me moriría si viera... !
-¡A callar! No puedo con esas patrañas tuyas. Probablemente mi tía creía sinceramente que yo estaba fingiendo para que me soltasen y me consideraba como un complejo de malas inclinaciones y doblez precoz.
Bessie y Abbot se retiraron y Mrs. Reed, cansada de mis protestas y de mis súplicas, me volvió bruscamente la espalda, cerró la puerta y se fue sin más comentarios. Sentí alejarse sus pasos por el corredor. Y debí de sufrir un desmayo, porque no me acuerdo de más.


III
Lo primero de lo que me acuerdo después de aquello es de una especie de pesadilla en el curso de la cual veía ante mí una extraña y terrible claridad roja, atravesada por barras negras. Parecía oír voces confusas, semejantes al aullido del viento o al ruido de la caída del agua de una cascada. El terror confundía mis impresiones. Luego noté que alguien me cogía, me incorporaba de un modo mucho más suave que hasta entonces lo hiciera nadie conmigo y me sostenía en aquella posición, con la cabeza apoyada, no sé si en una almohada o en un brazo.
Cinco minutos después, las nubes de la pesadilla se disiparon y me di cuenta de que estaba en mi propio lecho y que la luz roja era el fuego de la chimenea del cuarto de niños. Era de noche. Una bujía ardía en la mesilla. Bessie estaba a los pies de la cama con una vasija en la mano, y un señor, sentado a la cabecera, se inclinaba hacia mí.
Sentí una inexplicable sensación de alivio, de protección y de seguridad al ver que aquel caballero era un extraño a la casa. Separé mi mirada de Bessie (cuya presencia me era menos desagradable que me lo hubiera sido, por ejemplo, la de Miss Abbot) y la fijé en el rostro del caballero. Le reconocí: era Mr. Lloyd, un boticario a quien mi tía solía llamar cuando alguien de la servidumbre estaba enfermo. Para ella y para sus niños avisaba al médico siempre.
-¿Qué? ¿Sabes quién soy? -me preguntó Mr. Lloyd. Pronuncié su nombre y le tendí la mano.

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