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Si me cansaba de este entretenimiento, me volvía al solitario y silencioso cuarto de jugar. Pero, de todos modos, yo, aunque estaba muy triste, no me sentía desgraciada. De haber sido Bessie más cariñosa y haber accedido a acompañarme, habría preferido pasar las tardes sola con ella en mi cuarto, a estar bajo la temible mirada de mi tía, en un salón lleno de caballeros y señoras. Pero Bessie, una vez que terminaba de arreglar a sus jóvenes señoritas, solía marcharse a las agradables regiones del cuarto de criados y de la cocina, llevándose la luz, por regla general. Entonces me sentaba al lado del fuego, con mi muñeca sobre las rodillas, hasta que la chimenea se apagaba, mirando de cuando en cuando en torno mío para convencerme de que en el aposento no había otro ser más temible que yo. Cuando ya no quedaba de la lumbre más que el rescoldo, me desvestía presurosamente, a tirones, y huía del frío y de la oscuridad refugiándome en mi cuartucho. Me llevaba siempre allá a mi muñeca. El corazón humano necesita recibir y dar afecto y, no teniendo objeto más digno en que depositar mi ternura, me consolaba amando y acariciando a aquella figurilla, andrajosa y desastrada como un espantapájaros en miniatura. Aún recuerdo con asombro cuánto cariño ponía en mi pobre juguete. Nunca me dormía si no era con mi muñeca entre mis brazos y, cuando la sentía a mi lado y creía que estaba segura y calientita, era feliz pensando que mi muñeca lo era también.
Pasaban largas horas -o me lo parecía- antes de que se disolviese la reunión. A veces resonaban en la escalera los pasos de Bessie, que venía a buscar su dedal o sus tijeras, o a traerme algo de comer: un pastel o un bollo de manteca. Se sentaba en el lecho mientras yo comía y, al terminar, me arreglaba las ropas de la cama, me besaba y decía: «Buenas noches, Miss Jane.» Cuando era amable conmigo, Bessie me parecía lo más bello, lo más cariñoso y lo mejor del mundo, y deseaba ardientemente que nunca volviera a reprenderme, a tratarme mal o a no hacerme caso. Bessie Lee debía ser, si mi memoria no me engaña, una muchacha inteligente, porque era muy ingeniosa para todo y tenía grandes dotes de narradora. Al menos así la recuerdo yo a través de los cuentos que nos relataba.