Jane Eyre (Charlotte Bronte) Libros Clásicos

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-Se ha portado mal contigo, sin duda, pero eso debe de ser porque no simpatiza con tu carácter, como le pasa a Miss Scartched con el mío... ¡Hay que ver con qué detalle recuerdas todo lo que te han hecho y te han dicho. ¡Cómo sientes lo mal que te han tratado! ¿No crees que serías más dichosa si procurases perdonar la severidad de tu tía? A mí me parece que la vida es demasiado corta para perderla en odios infantiles y en recuerdos de agravios. Es verdad que no hay que aguantar muchas cosas en este mundo, pero debemos pensar en el momento en que nuestro espíritu se desprenda de nuestro cuerpo y vuelva a Dios, que lo ha creado. Y entonces nuestra alma debe estar pura, porque ¿quién sabe si no será llamada a infundirse en un ser muy superior al hombre, en un ser celestial? Sería, en cambio, muy triste que un alma humana se convirtiera en alma de un demonio. ¡No quiero pensar en eso! Para que no suceda, hay que perdonar. Yo procuro distinguir al pecador del pecado. Odio el pecado y perdono al pecador, olvido los agravios que me hacen, y así vivo tranquila esperando el fin.
Helen inclinó la cabeza. Comprendí que no deseaba seguir hablando, sino abstraerse en sus propios pensamientos. Pero no pudo hacerlo durante largo rato. Una instructora, una muchacha grande y tosca, se acercó y le dijo, con su rudo acento de Cumberland:
-Helen Burns: si no pones en orden ahora mismo las labores y las cosas de tu cajón, iré a decírselo a Miss Scartched.
Helen, arrancada a sus sueños, suspiró y se fue, sin dilación, a cumplir las órdenes de la instructora.

VII
El primer trimestre de mi vida en Lowood me pareció tan largo como una edad del mundo, y no precisamente la Edad de Oro. Hube de esforzarme en vencer infinitas dificultades, en adaptarme a nuevas reglas de vida y en aplicarme a tareas que no había hecho nunca. El sentimiento de depresión moral que todo ello me causaba era mucho peor que las torturas físicas que me producía, y no, en verdad, porque éstas fueran pocas.
Durante enero, febrero y parte de marzo, las nieves y los caminos impracticables nos confinaron entre los muros del jardín, que no traspasábamos más que para ir a la iglesia.
Cada día pasábamos una hora al aire libre.

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