Página 10 de 53
SCENA TERTIA
El mismo lugar. - Una calle
Truenos y relámpagos. Entran por opuestas direcciones CASCA, con la espada desmida, y CICERÓN
CICERÓN. - ¡Buenas tardes, Casca! ¿Habéis conducido a César a su casa? ¿Por qué estáis sin aliento y tan espantado?
CASCA. .-¿No os conmovéis cuando se estremecen en masa los cimientos de la tierra como una cosa vacilante? ¡Oh Cicerón! He visto tempestades en que los irritados vientos rajaban las nudosas encinas y he contemplado al ambicioso océano hincharse y mugir espumoso para alzarse tan alto como las amenazadoras nubes; pero nunca hasta esta noche, nunca hasta ahora mismo presencié una tempestad que destila fuego. ¡De por fuerza hay empeñada en el cielo una guerra civil, o el mundo, demasiado insolente con los dioses, los provoca a consumar la destrucción!
CICERÓN. - ¡Qué! ¿Habéis visto algo aún más que asombroso?
CASCA. - Un siervo ordinario, a quien conocéis de vista, levantó su mano izquierda, de la cual brotaron llamas, y ardió como veinte antorchas juntas, y, no obstante, su mano, insensible al fuego, permaneció ilesa. Aún hay más, y desde ese momento no he vuelto a
envainar mi espada: frente al Capitolio hallé un león, que me miró con ojos encendidos y se alejó encolerizado, sin hacerme mal. Y sobre un alto he encontrado un grupo como de cien mujeres, pálidas, demudadas por el terror, que juraban haber visto recorrer las calles arriba y abajo a hombres completamente envueltos en, llamas. Y ayer, el ave de las tinieblas se posó en pleno día sobre la plaza del mercado, graznando y chillando. Cuando coinciden a una semejantes prodigios, que nadie diga: "Son fenómenos naturales, y sus causas éstas", porque, a mi juicio, son presagios siniestros para los países donde se verifican.
CICERÓN. - Es ésta una época bastante extraña por cierto; pero los hombres pueden interpretar las cosas a su manera, contrariamente al fin de las cosas mismas. ¿Vendrá mañana César al Capitolio?
CASCA. - Sí, porque encargó a Antonio que os hiciera saber que estaría allí mañana.
CICERÓN. - Pues buenas noches, Casca. Con esta perturbación del firmamento no está el ánimo para pasear. CASCA. - ¡Adiós, Cicerón! (Sale CICERÓN. Entra CASIO.) CASIO. -¿Quién va? CASCA. - Un romano. CASIO. - Por vuestra voz, sois Casca. CASCA. - Tenéis buen oído. ¡Qué noche, Casio! CASIO. - Una noche muy grata para los hombres de bien.