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-(A HERO.) Bueno, sobrina; confío en que os dejaréis guiar por vuestro padre.
BEATRIZ.-Sí, a fe; el deber de mi prima es hacer una reverencia y decir: «Como os guste, padre». Pero, sobre todo, prima, que sea buen mozo; o de lo contrario, haz otra reverencia y di: «Padre, como a mí me guste».
LEONATO.-Vamos, sobrina, espero veros un día provista de esposo.
BEATRIZ.-No será en tanto Dios no haga a los hombres de otra sustancia distinta a la tierra. ¿No es desesperante para una mujer el verse dominada por un puñado de polvo valiente y tener que rendir cuentas de su vida a un terrón de cieno petulante? No, tío; no quiero a ninguno. Los hijos de Adán son mis hermanos; y, francamente, tendría por pecado buscar un esposo en mi familia.
LEONATO.-Hija, acordaos de lo que os he dicho. Si el príncipe os solicita en ese sentido, ya sabéis la respuesta que habéis de darle.
BEATRIZ.-Prima, culpa será de la música, si no sois cortejada a su debido tiempo. Si el príncipe se muestra demasiado importuno, decidle que en todo hay compás, y bailad en vez de contestarle. Porque, oídme, Hero: el enamorarse, el casarse y el arrepentirse son, respectivamente, como una giga escocesa, un minué y una zarabanda; el primer galanteo es ardiente y rápido, como la giga escocesa, y no menos fantástico; el casamiento es formal y grave, como el minué, lleno de dignidad y antigüedad; y luego viene el arrepentimiento y con sus piernas vacilantes toma parte en la zarabanda, cada vez más torpe y más pesado, hasta que se hunde en la tumba.
LEONATO.-Sobrina, siempre miráis las cosas por el lado desfavorable.
BEATRIZ.-Tengo muy buena vista, tío. Soy capaz de distinguir una iglesia en pleno día.
LEONATO.-Aquí llegan las máscaras, hermano. Hagámosles lugar.
Entran DON PEDRO, CLAUDIO, BENEDICTO, BALTASAR, DON JUAN, BORACHIO, MARGARITA, ÚRSULA y otros, enmascarados.
DON PEDRO.-Señora, ¿os dignaríais dar una vuelta con vuestro amigo?
HERO.-Si marcháis despacio, miráis con dulzura y no decís nada, estoy dispuesta a pasear; y especialmente si se trata de pasear lejos.
DON PEDRO.-¿Llevándome en vuestra compañía?
HERO.-Ya os lo diré cuando me plazca.
DON PEDRO.-¿Y cuándo os placerá decírmelo?
HERO.-Cuando me agrade vuestro semblante, pues ¡líbrenos Dios de que el
laúd se asemeje a la funda!
DON PEDRO.-Mi careta es el tejado de Filemón; dentro de la choza está