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Tal sucederá con Claudio. Cuando oiga que ella ha muerto víctima de sus palabras, el recuerdo de su vida se deslizará dulcemente en su imaginación, y cada preciado órgano de su existencia se ofrecerá a sus ojos y alcance de su alma revestido de mayor encanto, más delicadamente tangible y animado de vida que cuando alentaba de veras. Entonces le invadirá el sentimiento (si alguna vez asentó el amor en su hígado), y deseará no haberla acusado, no, aunque crea todavía en la verdad de su acusación. Obrad así, y no dudéis que el éxito dará a los acontecimientos un giro mejor aún del que yo me atrevo a proponer. Pero aunque todos nuestros planes resultaran fallidos, la suposición de que la dama ha muerto sofocará el escándalo de su infamia, y si no salen bien, siempre os queda el recurso de tenerla oculta (como convenga mejor a su reputación herida), en una vida reclusa y religiosa, lejos de todas las miradas, de todas las lenguas y de todos los espíritus e injurias.
BENEDICTO.-Signior Leonato, atended el consejo del monje. Y aunque sabéis la gran intimidad y afecto que me unen al príncipe y a Claudio, juro no obstante, por mi honor, que he de obrar en todo con tanto sigilo y leal-tad como vuestra alma obraría con vuestro cuerpo.
LEONATO.-En el dolor en que estoy sumergido, el menor hilo puede guiarme.
FRAILE.-Hacéis bien en consentir. A la tarea inmediatamente. A extraños
males, extraños remedios. Vamos, señora, morid para vivir. Tal vez este día
nupcial no ha sido sino aplazado. Paciencia y resignación. (Salen el FRAILE,
HERO y LEONATO.)
BENEDICTO.-Señora Beatriz, ¿habéis llorado todo este tiempo?
BEATRIZ.-Sí, y lloraré más tiempo aún.
BENEDICTO.-No lo quisiera.
BEATRIZ.-No tenéis razón. Lloro generosamente.
BENEDICTO.-Tengo la convicción de que vuestra bella prima ha sido
calumniada.
BEATRIZ.-¡Ah! ¡Cuán acreedor se haría a mi gratitud el hombre que la
rehabilitase!
BENEDICTO.-¿Hay algún medio de daros esa prueba de amistad?
BEATRIZ.-El medio existe, pero no el amigo.
BENEDICTO.-¿Puede servir un hombre?
BEATRIZ.-Es oficio de hombre, pero no para vos.
BENEDICTO.-Nada quiero en este mundo sino a vos. ¿No es cosa extraña?
BEATRIZ.-Tan extraña para mí, como cosa que ignoro. Con la misma facilidad
podría decir yo que nada quiero tanto como a vos. Pero no me creáis. Y, sin
embargo, no miento.