Página 48 de 57
Creo que es de
veras su enojo.
CLAUDIO.-Si lo es, ya sabe cómo ha de volverlo al cinto.
BENEDICTO.-¿Queréis oír una palabra a solas?
CLAUDIO.-¡Dios me libre de un desafío!
BENEDICTO.-(Aparte, a CLAUDIO.) Sois un villano. No lo digo de broma. Os lo
haré bueno donde, como y cuando gustéis. Dadme una satisfacción, o publicaré
vuestra cobardía. Habéis matado a una dama sin par, y su muerte os costará
cara. Contestadme.
CLAUDIO.-Bien; me veré con vos, a condición de que sea un buen banquete.
DON PEDRO.-¿Cómo? ¿Un festín? ¿Se trata de un festín?
CLAUDIO.-Sí, a fe mía, y se lo agradezco. Me invita a cabeza de ternera y a
capón. Si no les trincho esmeradamente, echad la culpa al cuchillo. ¿No habrá también alguna chocha?
BENEDICTO.-Señor, vuestro gracejo va a paso de andadura; marcha lisamente.
DON PEDRO.-Voy a repetirte cómo elogió Beatriz tu ingenio el otro día. Le dije que tenías mucha gracia. «Es verdad -dijo ella-, mucha gracia menuda.» «No -dije yo-, una gracia enorme.» «En efecto -prosiguió ella-, enorme de puro grosera.» «No tal -continué yo-, es una gracia fina.» «Justamente -replicó-, no hiere a nadie.» «De ninguna manera -continué diciéndole-, es un caballero discreto.» «Cierto -repuso-, un discreto caballero.» «No es eso -exclamé-, posee muchas lenguas.» «Sin duda -agregó-, pues me juró una cosa el lunes por la noche, que desmintió el martes por la mañana: ahí tenéis una lengua doble, ahí tenéis dos lenguas.» Y así, durante una hora se entretuvo en desfigurar tus peculiares virtudes. Menos mal que finalizó con un suspiro, asegurando que eras el hombre más perfecto de Italia.
CLAUDIO.-Con lo cual se echó a llorar de todo corazón y dijo que eso le tenía sin cuidado.
DON PEDRO.-Sí, así fue. Sin embargo, y a pesar de todo, si no le odiara mortalmente, le amaría con delirio. Todo nos lo contó la hija del viejo.
CLAUDIO.-Todo, todo; y, por otra parte, Dios le había visto cuando se escondió en el jardín.
DON PEDRO.-Pero, ¿cuándo colocaremos las astas del toro bravo en la frente del sensible Benedicto?
CLAUDIO.-Eso es, y con un letrero debajo, que diga: «¡Aquí vive Benedicto, el hombre casado!».
BENEDICTO.-Dios os guarde, mozo. Conocéis mi estado de ánimo. Os dejo ahora a vuestro humor comadresco. Blandís vuestras pullas como los fanfarrones sus hojas, las cuales, a Dios gracias, a nadie hieren.