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CELIA. -¿Qué nombre te he de dar cuando seas hombre? ROSALINDA. -No quiero tener un nombre que valga menos que el del mismo paje de Júpiter. Así, me llamarás Ganimedes. ¿Y qué nombre tomarás tú? CELIA. -Uno que de algún modo se refiera a mi situación. Yo no me llamaré Celia, sino Aliena. ROSALINDA.-¿Y qué te parecería, prima, si ensayáramos robarnos a aquel necio de bufón de la corte de vuestro padre? ¿No nos serviría de solaz durante el viaje? CELIA. -Me seguiría de extremo a extremo del mundo. Deja de mí cuidado ganarlo. Vámonos. Juntemos nuestras joyas y nuestro caudal. y discurre tú el tiempo más oportuno y el camino más seguro para sustraernos a la persecución que se nos ha de hacer después de mi fuga. Ahora iremos, contentas, no al destierro, sino a la libertad.
ACTO SEGUNDO
ESCENA PRIMERA.
El bosque de Ardenas
(Duque; Amiens; y dos o tres nobles en traje campestre)
DUQUE. -Y bien, compañeros y hermanos de destierro, ¿no hace la costumbre que sea más dulce esta vida que la de las vanas pompas? ¿No están más exentas de peligro estas selvas que la envidiosa cor-te? Aquí no tenemos otro padecimiento que el de Adán; la diversidad de la estación; el rudo zumbido y el diente, helado del viento del invierno. Y cuando sopla sobre mi cuerpo y lo muerde y lo hace encogerse de frío, me digo sonriendo: "Esto no es adulación; estos son consejeros que con toda sinceridad me convencen de lo que soy." Dulces son los frutos de la adversidad que, semejante al feo y venenoso sapo, lleva en la cabeza una preciosa joya.-Y esta nuestra vida retirada del bullicio público, descubre idiomas en los árboles, libros en los arroyos, sermones en las piedras, y el bien en todas las cosas. AMIENS. -No querría cambiarla. ¡Dichoso sois, Alteza, que podéis tornar la obstinación de la fortuna en un modo de ser tan dulce y apacible! DUQUE. -Venid. ¿Iremos a matar venados? Y sin embargo me contrista el que estos pobrecillos abigarrados, naturales moradores de esta soledad, sientan que en sus propios confines un venablo de doble filo les atraviese los costados. LORD 1º -Por cierto, mi señor, que el melancólico Santiago se aflige de ello; y en este sentido jura que sois más usurpador que el hermano que os ha desterrado. Milord Amiens y yo nos deslizarnos hoy ocultamente hasta donde yacía aquél, reclinado bajo un roble cuyas viejas raíces asoman sobre el arroyo que susurra a lo largo de este bosque.