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Ahora bien, vos no sois ipse, porque ése soy yo. GUILLERMO.- ¿Cuál es ése? PIEDRA.- El que se ha de casar con esta mujer. Por lo cual vos, patán, abandonad -o en lenguaje vulgardejad la sociedad, que en rústico es la compañía, de esta hembra -que en el trato común es esta mujer- y todo junto quiere decir, abandona la sociedad de esta hembra o pereces ¡oh patán!; o para que lo entiendas mejor, mueres: a saber: te mato, te hago desaparecer, cambio tu vida en muerte, tu libertad en servidumbre. Te administraré veneno, paliza o cuchillada. Haré asonadas para pelotearte, te abrumaré con mi política, te mataré de ciento cincuenta mo-dos. Tiembla, pues, y vete. AUDREY.- Hazlo, buen Guillermo, GUILLERMO.- Que Dios os conserve el humor, caballero. (Sale. Entra Corino.) CORINO.- Nuestros amos os buscan: venid, venid. PIEDRA.- Lista, Audrey, lista, Audrey. Ya te sigo, ya te sigo. (Sale.)
ESCENA II
La misma
(Entran ORLANDO Y OLIVERIO)
ORLANDO. - ¿Es posible que conociéndola apenas os hayáis prendado de ella? ¿Qué la améis sólo con haberlo visto? ¿Y amándola la pretendáis? ¿Y pretendiéndola haya ella consentido? ¿Y tendréis perseverancia en gozarla? OLIVERIO.- No os preocupe lo súbito de mi afecto, ni la pobreza de ella, ni el corto trato y repentino galanteo que me ganaron su consentimiento; sino antes bien, decid conmigo: amo a Aliena; con ella, que me ama; y con los dos, que consentís para que gocemos cada uno del otro. Y ello será en beneficio vuestro; porque transferiré a vuestro favor la casa de mi padre, junte con todas las rentas que fueron del anciano sir Rowland, y yo viviré y moriré aquí como pastor. (Entra Rosalinda.) ORLANDO.- Tenéis mi consentimiento. Que sean mañana las nupcias. A ellas invitaré al duque y a to
dos sus joviales secuaces. Id a preparar a Aliena
pues he aquí que llega Rosalinda
ROSALINDA.- Dios os guarde, hermano
OLIVERIO.-Y a vos, hermosa hermana
ROSALINDA.- ¡Oh mi querido Orlando! ¡Cuánt
me duele verte vendado el corazón
ORLANDO.- Es mi brazo
ROSALINDA.- Pensé que las garras de la leona t
habían herido corazón
ORLANDO.- Muy herido está; pena por los ojo
de una dama
ROSALINDA.- ¿Díjote tu hermano como fing
desmayarme cuando mostró tu pañuelo
ORLANDO.- Sí, y aun prodigios mayores que ése
ROSALINDA.- Ya sé lo que queréis decir. Y e
verdad que jamás hubo cosa tan repentina, a no ser