Página 35 de 75
No le pido al dios del trueno que fulmine,
ni te acuso ante Júpiter, el juez supremo.
Enmiéndate cuando puedas y a tu conveniencia.
Yo soy paciente; puedo vivir con Regan,
yo y mis cien caballeros.
REGAN
No exactamente. Yo no os esperaba,
ni estoy preparada para una digna acogida.
Señor, atended a mi hermana: quienes vean
vuestros arranques fríamente, por fuerza
convendrán en que sois viejo, así que...
Ella sabe lo que hace.
LEAR
¿Es cierto lo que oigo?
REGAN
Muy cierto, señor. ¡Cincuenta caballeros!
¿No os bastan? ¿Para qué más,
o para qué tantos, cuando el gasto y el peligro
rechazan tan alto número? En una casa,
¿cómo puede vivir en armonía
tanta gente con dos amos?
Es difícil, casi imposible.
GONERIL
¿Por qué, mi señor, no pueden serviros
los que son sus criados o los míos?
REGAN
¿Por qué no, señor? Si os desatienden,
podemos reprenderlos. Como ahora veo el riesgo,
si venís conmigo, os ruego que traigáis
nada más que veinticinco; a ninguno más
daré posada ni admisión.
LEAR
Yo os lo di todo.
REGAN
Y en buena hora.
LEAR
Os hice mis delegadas, mis depositarias,
reservándome el derecho a cierto número
de seguidores. ¿He de ir a tu casa
con veinticinco? Regan, ¿es eso lo que has dicho?
REGAN
Y lo repito, señor: conmigo ni uno más.
LEAR
Los seres perversos parecen hermosos
al lado de otros más perversos: no ser lo peor
también tiene mérito. –– [A GONERIL] Voy contigo:
tus cincuenta son dos veces veinticinco
y tu amor dobla al suyo.
GONERIL
Oídme, señor. ¿Qué necesidad tenéis
de veinticinco, diez o cinco en una casa
en que el doble está a vuestro servicio?
REGAN
¿Qué necesidad de uno?
LEAR
¡No discutáis la «necesidad»! El mendigo
más pobre posee algo superfluo.