Introducción

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Fragmento del libro: Historia del Ajedrez
Autor: Gabriel Mario Gómez, Ed.Planeta

Si se echa una mirada de conjunto a un tablero de ajedrez, con todas las piezas ubicadas en su sitio original, lo que primero llama la atención es el marcado acento bélico que poseen esas dos formaciones: iguales en todo, menos en el color, ocupan cada una, una cuarta parte del tablero y esperan la mano de quien las haga entrar en combate.
Esta sensación la han tenido todos los que, en alguna etapa de la vida, se acercaron con curiosidad al tablero y vieron esas dos formaciones, esas dos fuerzas, listas para entrar en la lid. Podían imaginar entonces las reñidas batallas que tenían lugar en sus sesenta y cuatro casillas, alternadamente claras y oscuras.

Una sensación similar inspiró, seguramente, a moralistas y filósofos, como el anónimo redactor del Tratado del juego del ajedrez, del siglo XIV; a boticarios, como el portugués Damiano -a quien se atribuye la invención de la notación descriptiva- o a frailes, como Ruy López de Segura, quien nos ha dejado una línea de juego -la que lleva su nombre- que aún hoy, cuatrocientos años mas tarde, sigue dando sus frutos y es motivo de permanente estudio por parte de los grandes maestros de todo el mundo.

El ajedrez es un juego. ¿Es un juego? ¿Es el juego de los juegos? ¿Es el juego de los reyes? ¿Es el juego de la guerra? Es todo ello y mucho más. Es el juego de la vida y de las grandezas y miserias humanas. Sus ignotos inventores quisieron retratar, en sus piezas, un modelo de sociedad militar, muy cara a aquellos tiempos heroicos en que el sacrificio, la lealtad a un señor y el espíritu beligerante eran moneda corriente.


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