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El Chatrang o Shatranj: Los jugadores
El ajedrez se volvió un preferido de las grandes figuras islámicas de la época y ganó los harenes reales. Los califas, sultanes y emires de todo el mundo musulmán jugaban al ajedrez con sus esposas y concubinas rodeando el tablero (o paño) entre sedas, tules, insinuantes caderas en perpetua ondulación y el dulce sonido de las flautas y chirimÃas. Embriagados por suaves melodÃas, solÃan enseñarles el juego a sus mujeres y aceptaban sus opiniones a la hora del enfrentamiento con algún rival ocasional.
Este es el caso del problema de Dilaram. Dilaram ("alegrÃa del corazón") era la preferida del califa, y éste habÃa sido desafiado al ajedrez por otro prÃncipe, que la pretendÃa. Después de haber perdido casi todos sus bienes, el califa jugó la mujer, cosa que el rival aceptó de buen grado. Cuando el califa se sentÃa perdido, la fiel Dilaram, que no deseaba pasar a manos de otro hombre, se le acercó y le susurró : "No me sacrifiquéis, mi señor, sacrificad más bien tus torres y me conservarás obteniendo la victoria". El califa hizo lo que Dilaram le habÃa sugerido y fue un gran placer para él ganar la partida y retener a su hermosa, fiel e inteligente querida.
Los árabes no jugaban al ajedrez en silencio, por lo menos en los primeros tiempos. El silencio que reina junto al tablero en la actualidad es algo puramente moderno. Ni los árabes, ni la Edad Media asociaron nunca ajedrez con silencio. Cuando una pareja de jugadores se enfrentaba en un arrabal de Bagdad o Damasco, en la Córdoba musulmana, en la calle o en el zoco, solÃa formarse a su alrededor un grupo de aficionados o jugadores, que comentaban la partida, o proponÃan movimientos, sin que se viese esto como algo negativo.
ExistÃan distintos niveles de juego, como asà también distintos tipos de ajedrez. Los niveles estaban dados por la fuerza ajedrecÃstica de los contendientes. Sobre la base de eso se determinaba cuáles deberÃan ser las ventajas que un jugador más fuerte deberÃa dar a uno más débil; algo que se hizo muy familiar cuando los grandes campeones desafiaban a sus rivales, ofreciendo peón u otras piezas de ventaja y el primer movimiento.
Los árabes inventaron y desarrollaron lo que luego se dio en llamar juego a la ciega y partidas simultáneas. Es conocida la historia del sarraceno que viajaba por Florencia desafiando a algunos jugadores mediocres y a los mejores de la zona. Los derrotó jugando contra tres o cuatro adversarios al mismo tiempo. También se jugaba sin ver el tablero, a la ciega, vale decir, dándole la espalda al rival. Esta es una costumbre que se hizo muy popular luego y que todo grande del tablero practicó alguna vez.
Giovanni Villani nos da el dato exacto: "En estos tiempos (1266), anduvo por Florencia un sarraceno que se llamaba Buzzeca, el mejor jugador de ajedrez que se encontrase y en el Palacio del Pueblo, frente al conde Guido Novello, jugó una hora partidas simultáneas con tres de los mejores maestros del juego de Florencia; jugando con dos mentalmente y con el tercero a ojos vista. A dos los venció y con el tercero selló tablas, cosa que fue tenida por gran maravilla".