Los Mansubat

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La época árabe en el juego del ajedrez es su primera fase histórica, pues poseemos la evidencia documental de su práctica (esto no ocurre, lamentablemente, con ninguno de los protoajedreces mencionados. En efecto, hacia el siglo VII de la era cristiana, el ajedrez se vuelve un hecho irrefutablemente histórico, pues los árabes nos han legado una inmensa colección de finales de partida, de gran riqueza artística, a los cuales llamaban mansubat. En esos tiempos la notación de las movidas era aún muy precaria y engorrosa, ya que se describía con palabras todo el movimiento, y probablemente éste sea el motivo por el cual los árabes no dejaron muchos registros de partidas jugadas.
Nos referimos al ajedrez "arábigo-persa", pero, en rigor, deberíamos decir ajedrez "indopersa de tradición islámica", porque la mayor parte del folklore de la India llegó los árabes a través de los persas y fueron éstos, en combinación con los musulmanes, los que mantuvieron encendida la llama del ajedrez. Como ya vimos, en los remotos orígenes de este juego confluyen las tradiciones indias y persas. Los árabes, de enorme capacidad para aprovechar los productos culturales de otros pueblos, supieron tomarlos y transmitirlos.

Los mansubat se proponen como ejercicios, en situaciones donde quedan pocas piezas, que deben rematar la partida. Tal como hoy se hace en libros, diarios y revistas, los mansubat presentan posiciones con resolución de mate en un número preciso de movidas, indicando cuál de los dos bandos en pugna habría de alcanzar la victoria o si, por el contrario, la partida debería terminar en tablas.

Algunos de estos mansubat, que nos han llegado gracias a las recopilaciones hechas por -entre otros- Al-Lajlaj (Abdul Fara) Muhammad b'Obaidallah), poseen un carácter más arqueológico que ajedrecístico, ya que en algunos casos son insolubles de acuerdo con las actuales reglas, pero nos ilustran sobre las características que poseía el juego en esa etapa de su evolución.

Hay mansubat creados por todas las personalidades del mundo musulmán: califas, emires, visires. Se conservan problemas compuestos por el tercero de los hijos de Harum al Raschid, el califa Al-Mutasim de Bagdad, que reinó entre el 833 y el 842. Estas rudimentarias composiciones constituyen la primera gran manifestación cultural del juego del ajedrez.

A propósito de Al-Lajlaj, uno de los grandes ajedrecistas del mundo árabe clásico, es interesante señalar que una leyenda imaginó a este gran jugador y teórico de aquellos tiempos como hijo de Sissa Ben Dahir, el brahmán que habría sido el inventor del ajedrez.

La mayoría de los mansubat están redactados de una manera precaria y van acompañados de los movimientos que conducen a la victoria (o al empate) utilizando un lenguaje simple y un método de narración que consiste en describir cada movimiento citando la pieza que se mueve, la casilla de la que parte, la casilla a la que arriba y su efecto en el desarrollo del mansuba, ya fuese la captura de un trebejo adversario o la puesta en jaque del monarca enemigo.

Para reproducir los movimientos, los árabes identificaban a las columnas del tablero por los nombres de las piezas que las ocupaban al inicio de la partida ("de la torre", "del caballo"). Esta nomenclatura también se volvió familiar para el rey español don Alfonso el Sabio, en plena Edad Media, y para los anónimos redactores de los dos principales manuscritos de composición de esa época, el Bonus Socius y el Civis Bononiae. Los árabes fueron, en buena medida, los maestros que le enseñaron a jugar a Occidente.

A diferencia de lo que luego ocurrió en Europa y más tarde en América, los musulmanes no llamaron a las dos partes que componen cada fuerza ala del rey y ala de la dama, sino "lado derecho" y "lado izquierdo", desde el punto de vista de las blancas. Esto hacía que las descripciones fueran realmente engorrosas. Veamos un ejemplo. Para describir lo que en moderna notación algebraica sería C(b4)a2 los musulmanes escribían:
"el caballo que está en la cuarta casa del caballo de la izquierda, a la segunda casa de la torre".

Sobre la base de ese esquema, la segunda línea horizontal del tablero era la segunda casa de la torre; la segunda del caballo, la segunda del alfil y así sucesivamente, hasta llegar a la octava línea. A su vez, dividían el tablero por la mitad, de modo tal que cada bando numeraba sus piezas tomando como referencia y como coordenadas hasta la cuarta casilla de sus propios trebejos. Lo mismo hacía el adversario, con lo cual, cuando una pieza negra se desplazaba por el ámbito de las rojas -nunca fueron blancas en aquella época, sino rojas-, se tomaba como referencia a las piezas rojas y no a las negras.

Los árabes llegaron a perfeccionar también un sistema de notación que sirvió de base al sirio naturalizado francés Philippe Stamma para desarrollar el actual sistema de notación algebraica, adoptado por los alemanes en el siglo XIX y que hoy es el único reconocido internacionalmente como válido.


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