Memorias del subsuelo (Fedor Dostoiewski) Libros Clásicos

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Así estuve un minuto. De pronto, me estremecí. Ante mí, sobre la mesa, vi... vi un billete de cinco rublos arrugado: el que yo acababa de poner en la mano de Lisa. Era el mismo; no podía ser otro, pues no había ninguno más en la habitación. Evidentemente, Lisa lo había tirado allí mientras yo corría hacia el otro lado del aposento.
Habría podido esperarlo, pero no lo esperaba. Era egoísta hasta tal punto, sentía tan poca estima por los hombres, que no me había pasado por la imaginación que Lisa fuese capaz de semejante gesto. No pude soportarlo. Me precipité como un loco sobre mis ropas, me puse lo primero que encontré y bajé de cuatro en cuatro los escalones. Indudablemente, ella no habría podido recorrer más de doscientos pasos cuando yo salí a la calle.
No hacía viento. La nieve caía en grandes copos casi verticalmente y formaba un espeso colchón sobre las aceras y sobre la desierta calzada. No se veía un alma, no se oía el menor ruido. Los faroles alumbraban inútil y tristemente. Recorrí unos centenares de pasos y llegué al primer cruce. Allí me detuve. ¿Qué dirección habría tomado Lisa? ¿Y por qué corría yo tras ella?
¿Por qué? Porque quería echarme a sus pies, llorar y .. confesarle mi arrepentimiento, besarle las rodillas e implorar su perdón. Esto era lo que quería hacer. Sentía que el pecho se me desgarraba. Nunca podré recordar fríamente aquellos instantes.
«Pero ¿qué adelantaré? -me preguntaba-. ¿Acaso no la volveré a odiar mañana mismo precisamente por haberme arrojado a sus pies hoy? ¿Es que puedo hacerla feliz?
¿No he comprobado por centésima vez lo poco que valgo? ¿Podría abstenerme de atormentarla?
Estaba inmóvil en medio de la nieve, tratando de perforar con la mirada el opaco velo, y reflexionaba profundamente.
«¿No sería preferible -me decía, ya de regreso a casa y tratando de ocultar mi dolor en mis desvaríos- que Lisa se llevase mi ofensa consigo? La ofensa purifica, ya que es el sentimiento más amargo, más doloroso. No cabe duda de que mañana mismo mancharía su alma y cargaría su corazón con un peso insufrible. En cambio, si no la vuelvo a ver, ella conservará siempre vivo el recuerdo de esta ofensa. Por espantoso que sea lo que le espera, la ofensa la elevará y la purificará por medio del odio.

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