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LA RUINA DE LONDRES
Robert Barr
1. La arrogancia del siglo XX.
Confío en estar lo bastante agradecido porque se me haya hecho gracia de la vida hasta haber llegado a ver la época más brillante en la historia del mundo: mediados del siglo XX. Resultaría inútil que algún hombre menospreciase las enormes realizaciones de los cincuenta años últimos; y si me atrevo a llamar la atención acerca del hecho, ahora aparentemente olvidado, de que la gente del siglo XIX logró llevar a cabo muchas cosas notables, no se debe imaginar que pretendo con ello desestimar en medida alguna los inventos maravillosos de la era actual. Los hombres han tenido siempre cierta inclinación por considerar con cierta condescendencia a quienes vivieron cincuenta o cien años antes que ellos. Esta me parece la debilidad particular de la era actual; un sentimiento de arrogancia nacional, que, cuando existe, se debe, por lo menos mantener lo más subordinado que sea posible. Asombrará a muchos saber que tal era también el vicio de la gente del siglo XIX. Imaginaban vivir en una era de progreso; y si bien no soy tan tonto como para tratar de probar que hicieron alguna cosa digna de recordar, cabe que cualquier investigador objetivo admita que sus inventos fueron, por lo menos, escalones para llegar a los de hoy. Si bien el teléfono y el telégrafo, y todos los demás aparatos eléctricos, no se encuentran ya más que en los museos nacionales o en las colecciones privadas de aquellos pocos hombres que se interesan algo por las actividades del siglo pasado, de todas maneras el estudio de la ahora anticuada ciencia de la electricidad condujo al descubrimiento reciente del éter vibrátil, que se ocupa tan satisfactoriamente del manejo del mundo.