Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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tan fulminantes. Pero aquella era una mula papal. Y,
además, ¡figuraos! ... ¡Se la venía guardando nada
menos que siete años!... No hay mejor ejemplo de
rencores eclesiásticos.

C A R T A S D E M I M O L I N O

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EL FARO DE LAS SANGUINARIAS

Aquella noche no pude dormir. El mistral esta-
ba iracundo, y el estrépito de sus grandes silbidos
me tuvieron despierto hasta el amanecer. El molino
entero crujía, balanceando pesadamente sus aspas
mutiladas, que resonaban con el cierzo como el apa-
rejo de un buque. De su destruida techumbre esca-
pábanse las tejas. En lontananza, los pinos
apretados que cubrían la colina se agitaban zum-
bando entre tinieblas. Hubiérase creído que era el
alta mar...
me recordó mis gratos insomnios de hace
tres años, cuando habitaba yo en el faro de las San-
guinarias, allá abajo, en la costa de Córcega, a la en-
trada del golfo de Ajaccio.

A L F O N S O D A U D E T

36

Otro bello rincón que encontré para meditar y
estar solo.
Figuraos una isla rojiza de salvaje aspecto, el fa-
ro en una punta, y en la otra una vetusta torre geno-
vesa, donde en mi tiempo vivía una águila. Abajo, a
orillas del agua, las ruinas de un lazareto, invadido
todo él por las hierbas; luego barrancos, malezas,
grandes rocas, algunas cabras montaraces, caballejos
corsos triscando con las crines al viento; por último,
allá arriba, muy alto, entre un torbellino de aves ma-
rinas, la casa del faro, con su plataforma de mam-
postería blanca, donde los torreros se paseaban de
acá para allá, la verde puerta ojival, la torrecilla de
hierro fundido, y encima la gran linterna de facetas
que relumbra al sol y echa luz hasta durante el día...
He aquí la isla de las Sanguinarias, tal como he
vuelto a verla en mi imaginación esa noche, al oír
roncar mis pinos. Antes de ser poseedor de un mo-
lino, en aquella isla encantada era donde iba yo a

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