Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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estas dos habilidades, o gracias, por mejor decir, son anexas a los
enamorados andantes. Verdad es que las coplas de los pasados caballeros
tienen más de espíritu que de primor.
-Lea más vuestra merced -dijo Sancho-, que ya hallará algo que nos
satisfaga.
Volvió la hoja don Quijote y dijo:
-Esto es prosa, y parece carta.
-¿Carta misiva, señor? -preguntó Sancho.
-En el principio no parece sino de amores -respondió don Quijote.
-Pues lea vuestra merced alto -dijo Sancho-, que gusto mucho destas cosas
de amores.
-Que me place -dijo don Quijote.
Y, leyéndola alto, como Sancho se lo había rogado, vio que decía desta
manera:
Tu falsa promesa y mi cierta desventura me llevan a parte donde antes
volverán a tus oídos las nuevas de mi muerte que las razones de mis quejas.
Desechásteme, ¡oh ingrata!, por quien tiene más, no por quien vale más que
yo; mas si la virtud fuera riqueza que se estimara, no envidiara yo dichas
ajenas ni llorara desdichas propias. Lo que levantó tu hermosura han
derribado tus obras: por ella entendí que eras ángel, y por ellas conozco
que eres mujer. Quédate en paz, causadora de mi guerra, y haga el cielo que
los engaños de tu esposo estén siempre encubiertos, porque tú no quedes
arrepentida de lo que heciste y yo no tome venganza de lo que no deseo.
Acabando de leer la carta, dijo don Quijote:
-Menos por ésta que por los versos se puede sacar más de que quien la
escribió es algún desdeñado amante.
Y, hojeando casi todo el librillo, halló otros versos y cartas, que algunos
pudo leer y otros no; pero lo que todos contenían eran quejas, lamentos,
desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los
unos y llorados los otros.
En tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta, sin
dejar rincón en toda ella, ni en el cojín, que no buscase, escudriñase e
inquiriese, ni costura que no deshiciese, ni vedija de lana que no
escarmenase, porque no se quedase nada por diligencia ni mal recado: tal
golosina habían despertado en él los hallados escudos, que pasaban de
ciento. Y, aunque no halló mas de lo hallado, dio por bien empleados los
vuelos de la manta, el vomitar del brebaje, las bendiciones de las estacas,
las puñadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gabán y toda
la hambre, sed y cansancio que había pasado en servicio de su buen señor,
pareciéndole que estaba más que rebién pagado con la merced recebida de la
entrega del hallazgo.
Con gran deseo quedó el Caballero de la Triste Figura de saber quién fuese
el dueño de la maleta, conjeturando, por el soneto y carta, por el dinero

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