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Todo lo
cual me incitó y conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se
esperaba; y, aunque tenía barruntos, y casi promesas ciertas, de que en la
primera ocasión que se ofreciese sería promovido a capitán, lo quise dejar
todo y venirme, como me vine, a Italia. Y quiso mi buena suerte que el
señor don Juan de Austria acababa de llegar a Génova, que pasaba a Nápoles
a juntarse con la armada de Venecia, como después lo hizo en Mecina.
»Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada, ya hecho
capitán de infantería, a cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte, más
que mis merecimientos. Y aquel día, que fue para la cristiandad tan
dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error
en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar: en
aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada,
entre tantos venturosos como allí hubo (porque más ventura tuvieron los
cristianos que allí murieron que los que vivos y vencedores quedaron), yo
solo fui el desdichado, pues, en cambio de que pudiera esperar, si fuera en
los romanos siglos, alguna naval corona, me vi aquella noche que siguió a
tan famoso día con cadenas a los pies y esposas a las manos.
»Y fue desta suerte: que, habiendo el Uchalí, rey de Argel, atrevido y
venturoso cosario, embestido y rendido la capitana de Malta, que solos tres
caballeros quedaron vivos en ella, y éstos malheridos, acudió la capitana
de Juan Andrea a socorrella, en la cual yo iba con mi compañía; y, haciendo
lo que debía en ocasión semejante, salté en la galera contraria, la cual,
desviándose de la que la había embestido, estorbó que mis soldados me
siguiesen, y así, me hallé solo entre mis enemigos, a quien no pude
resistir, por ser tantos; en fin, me rindieron lleno de heridas. Y, como ya
habréis, señores, oído decir que el Uchalí se salvó con toda su escuadra,
vine yo a quedar cautivo en su poder, y solo fui el triste entre tantos
alegres y el cautivo entre tantos libres; porque fueron quince mil
cristianos los que aquel día alcanzaron la deseada libertad, que todos
venían al remo en la turquesca armada.
»Lleváronme a Costantinopla, donde el Gran Turco Selim hizo general de la
mar a mi amo, porque había hecho su deber en la batalla, habiendo llevado
por muestra de su valor el estandarte de la religión de Malta. Halléme el
segundo año, que fue el de setenta y dos, en Navarino, bogando en la
capitana de los tres fanales. Vi y noté la ocasión que allí se perdió de no