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Es hombre que frisa en los cincuenta, que ha tenido tiempo de perder el miedo en largos años de carrera militar, no escasea en conocimientos y, retirado ahora, vive entregado a sus negocios y a sus libros, dejando que su mujer delire a mansalva. La vista de los circunstantes se dirige, naturalmente, al recién llegado, y todos desean saber de su boca la impresión que le causara la medrosa aventura. «En verdad, señores -dice-, que no sé qué diablos teníamos esta noche en casa. Ocupado en despachar unos papeles que me corrían prisa no me había acostado todavía cuando he aquí que a eso de las doce oigo un estrépito tal que me creí que la casa se nos venía encima. Lo que es, gato no podía ser, porque era imposible que hiciese tal estrépito, y, además, esta mañana nada se ha encontrado ni dislocado ni roto. Eso de las luces yo no las he visto, pero que resonaron unas voces tan tremehundas que casi casi me habrían metido el miedo en el cuerpo es positivo. Veremos si la zambra se repite; yo me temo que se nos ha querido jugar una treta. Desearía sorprender a los actores representando su papel.» Desde entonces la cuestión cambia de aspecto; lo que antes era improbable ha pasado a ser creíble; el hecho será verdadero, sólo falta aclarar su naturaleza.
§ III
Examen y aplicaciones de la segunda condición
Si conviene precaverse contra el engaño que inocentemente puede haber sufrido el narrador, no importa menos estar en guardia contra la falta de veracidad. Para este efecto será bien informarse de la opinión que en este punto disfruta la persona y, sobre todo, examinar si alguna pasión o interés la impelen a mentir.