La ruina de Londres (Robert Barr) Libros Clásicos

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Lo notable es que ninguno de los dos la necesitaba, porque recuerdo que apenas nos pusimos en marcha advertí por el vano de la puerta de hierro abierta que el fuego de la locomotora se encendía súbitamente otra vez, aunque yo estaba por entonces en un estado de demasiado aturdimiento y espanto como para comprender lo que significaba. Había empezado a soplar una galerna del oeste: una hora demasiado tarde. Aun antes de dejar Cannon Street aquellos que todavía sobrevivían estaban relativamente a salvo, ya que se rescataron ciento sesenta y siete personas de aquel espantoso montón del andén, aunque muchas murieron un día o dos después y otras no recobraron nunca la razón. Cuando recobré el sentido después del golpe que me dio el maquinista, me encontré solo y con el tren corriendo a través del Támesis cerca de Kew. Traté de detener la locomotora, pero no lo logré. Sin embargo, al hacer el intento, conseguí hacer funcionar el freno neumático, que contuvo en alguna medida el tren, y disminuyó el impacto cuando se produjo el choque en la terminal de Richmond, salté al andén antes de que la locomotora alcanzase los amortiguadores de choque y vi pasar junto a mí como una pesadilla la horrible carga ferroviaria de muertos. La mayor parte de las puertas estaban abiertas y todos los compartimientos repletos, si bien, según me enteré más tarde, habían ido cayendo cuerpos todo a lo largo de la línea a cada curva o sacudida del tren. El choque en Richmond no estableció diferencia alguna para los pasajeros. Aparte de mí, se sacaron vivas del tren solamente dos personas, y una de éstas, con las ropas arrancadas por detrás en la lucha, fue enviada a un asilo, donde no llegó a decir quién era, y tampoco llegó a reclamarla nadie.

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