La novia del ahorcado (Charles Dickens) Libros Clásicos

Página 18 de 19

No sé qué extraña influencia me está
afectando. No puedo.
» Su compañero le miró con repentino horror y yo, aunque de una manera
diferente, sentí también un horror nuevo; pues estaba a punto de ser la una y
sentí que estaba llegando el segundo vigilante, y que pesaría sobre mí la
maldición de tener que enviarle a dormir.
» -Levántate y camina, Dick -gritó el jefe-. ¡Inténtalo!
» De nada sirvió que se colocara tras la silla del durmiente y lo agitara. Sonó
la una y yo me presenté ante el hombre de más edad, y él permaneció fijo ante
mí.
» Me vi obligado a relatarle la historia a él solo, sin esperanza de beneficio.
Sólo para él fui un terrible fantasma que hacía una confesión totalmente inútil
Comprendí que siempre sería igual. Que dos hombres vivos juntos no llegarían
nunca a liberarme Cuando aparezco, los sentidos de uno de los dos quedan
trabados por el sueño; él nunca me verá ni me escuchará; siempre me comunicaré
con un oyente solitario y nunca servirá de nada. ¡Ay dolor, dolor, dolor
Mientras los dos ancianos se frotaban las mano,, con esas palabras, surgió en la
mente del señor Goodchild la idea de que se hallaba en la situación terrible de
estar prácticamente a solas con el espectro, y que la inmovilidad del señor Idle
se explicaba porque el encantamiento le había hecho quedarse dormido a la una.
En el terror indescriptible que le produjo este descubrimiento repentino, se
esforzó a máximo para liberarse de los cuatro hilos de fuego, que acabaron por
partirse dejando un camino abierto. Como ya no estaba atado, cogió del sofá al
señor Idle y bajó precipitadamente las escaleras con él.
-¿Qué sucede, Francis? -preguntó el señor Idle-. Mi dormitorio no está aquí
abajo. ¿Por qué diantres me estás transportando? Ahora puedo andar con un
bastón. No quiero que me transporten. Déjame en el suelo.
El señor Goodchild lo dejó en el suelo del viejo salón y le miró con ojos
enloquecidos.
-¿Qué estás haciendo? ¿Lanzándote como un idiota sobre alguien de tu propio sexo
para rescatar le o perecer en el intento? -preguntó el señor Idle con un tono
bastante petulante.
-¡El anciano! -clamó el señor Goodchild aturdido-. ¡Y los dos ancianos!

Página 18 de 19
 

Paginas:


Compartir:



Diccionario: