Los miserables (Víctor Hugo) Libros Clásicos

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El hombre fijó en él una mirada. Bajó la cabeza, recogió el morral y se marchó.
Caminó algún tiempo a la ventura por calles que no conocía, olvidando el cansancio, como sucede cuando el ánimo está triste. De pronto se sintió aguijoneado por el hambre; la noche se acercaba. Miró en derredor para ver si descubría alguna humilde taberna donde pasar la noche.
Precisamente ardía una luz al extremo de la calle y hacia allí se dirigió. Era en efecto una taberna. El viajero se detuvo un momento, miró por los vidrios de la sala, iluminada por una pequeña lámpara colocada sobre una mesa y por un gran fuego que ardía en la chimenea. Algu nos hombres bebían. El tabernero se calentaba. La llama hacía cocer el contenido de una marmi ta de hierro, colgada de una cadena en medio del hogar.
El viajero no se atrevió a entrar por la puerta de la calle. Entró en el corral, se detuvo de nuevo, luego
levantó tímidamente el pestillo y empujó la puerta. -¿Quién va? -dijo el amo. -Uno que quiere comer y dormir. Las dos cosas pueden hacerse aquí. Entró. Todos se volvieron hacia él. El taberne ro le dijo: -Aquí tenéis fuego. La cena se cuece en la marmita; venid a calentaros. El viajero fue a sentarse junto al hogar y extendió hacia el fuego sus pies doloridos por el cansancio. Dio la casualidad que uno de los que estaban sentados junto a la mesa antes de ir allí había estado en
la posada de La Cruz de Colbas. Desde el sitio en que estaba hizo al tabernero una seña imperceptible. Este se acercó a él y hablaron
algunas palabras en voz baja. El tabernero se acercó a la chimenea, puso bruscamente la mano en el hombro del viajero y le dijo: -Vas a largarte de aquí. El viajero se volvió, y contestó con dulzura: -¡Ah! ¿Sabéis...? -Sí. -¿Que no me han admitido en la posada? -Y yo lo echo de aquí. -Pero, ¿dónde queréis que vaya? -A cualquier parte.
El hombre cogió su garrote y su morral y se marchó. Pasó por delante de la cárcel. A la puerta colgaba una cadena de hierro unida a una campana. Llamó. Abriose un postigo. -Buen carcelero -le dijo quitándose respetuosamente la gorra-, ¿queréis abrirme y darme alojamiento
por esta noche? Una voz le contestó: -La cárcel no es una posada.

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