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Si por ventura te acuerdas, ¡cuánta mayor fue mi serenidad, cómo juré Poniendo por testigo el numen potente de Venus! ¡Oh diosa!, te conjuro que ordenes al templado Noto arrastrar a las olas del Cárpato el perjurio de mi ánimo sencillo! En pago del servicio, morena Cipasis, concédeme el dulce premio de estrecharte hoy en mis brazos. Ingrata, ¿rehusas y finges nuevos temores? Bastante es haber merecido la protección de uno de tus amos. Si te niegas, ¡insensata!, revelaré lo que ha pasado entre nosotros, y seré yo mismo el descubridor de mi falta: sí, Cipasis; contaré a tu señora en qué lugar y cuántas veces nos encontramos y la variedad que supimos dar a nuestros deleites.
IX
¡Oh Cupido, nunca bastante indignado contra mí, niño nunca perezoso en turbar mi sosiego!, ¿por qué me maltratas sabiendo que no deserté tus banderas y me clavas tus flechas dentro de mi propio campo? ¿Por qué tu antorcha abrasa, por qué tu arco hiere a los amigos? Alcanzarías más gloria humillando a los rebeldes. Por ventura el héroe de Hemonia después de hundir su lanza en el pecho enemigo, ¿no le sanó con ella la herida? El cazador persigue la presa fugitiva, la coge y la abandona, siempre afanoso por abatir otras nuevas. Nosotros que nos reconocemos tus súbditos sentimos el rigor de tus armas, y tus débiles brazos se detienen ante el que te ofrece resistencia. ¿Qué ganas con embotar tus finos dardos en mis huesos descarnados, ya que el amor me ha reducido a los huesos? Hay muchos mozos que no aman y muchas jóvenes en la misma situación; tu triunfo sobre ellos te conquistaría grandes alabanzas. Si Roma no hubiese desplegado sus fuerzas en la inmensidad del orbe, no sería al presente más que un hacinado montón de pajizas cabañas. Harto de pelear, el soldado trabaja los campos que se le han distribuído, deja la espada y echa mano a las rudas estacas. Los puertos espaciosos resguardan las naves de la tempestad; el potro libre de su prisión corre a pacer en los prados; el viejo gladiador depone la espada y recibe la vara que asegura el resto de sus días, y yo que tantas veces milité en las filas de Cupido, bien merezco gozar al cabo una vida tranquila.