Página 30 de 612
Comprado, perdería a mis ojos su encanto, y dudo que pudiese aprovecharlo. Lo propio me sucede con todos los placeres que se hallan a mi alcance: pagados, son desabridos. Sólo me gusta lo que no pertenece más que al primero que sabe gozarlo.
El oro nunca me ha parecido tan precioso como se supone. Hay más: nunca me ha parecido muy cómodo; por sí mismo para nada sirve; para gozar de su posesión es preciso transformarlo hay que comprar, regatear, verse engañado muchas veces, pagar bien para ser mal servido. Quisiera una cosa buena por su calidad: con mi dinero estoy seguro de obtenerla mala. Compro caro un huevo fresco y me lo dan pasado; una magnífica fruta, me resulta verde; me agrada una mujer, está deteriorada; me gusta el buen vino, pero ¿dónde lo encuentro? ¿En una taberna? Dondequiera que sea me darán veneno. ¿Quiero estar bien servido? ¡Cuántos apuros, cuántas dificultades! ¡Tener amigos, correspondencia, hacer encargos, escribir, ir y venir, esperar; y al fin, por lo común, verse engañado! ¡Cuánto embarazo con mi dinero! Es más de temer que de estimar el buen vino.
Durante y después de mi aprendizaje, tuve mil veces el deseo de comprar alguna golosina. Me llegaba a una confitería, vela mujeres en el mostrador, ya me figuraba verlas reírse del golosillo. Pasando por una frutería, observo de reojo unas hermosas peras, que exhalan un perfume tentador; enseguida veo dos o tres mancebos que me miran, o se encuentra allí delante un conocido; o veo de lejos venir una muchacha, ¿no es la criada de casa? Mi vista corta me engaña a cada instante. Todos los que pasan me parecen conocidos: siempre intimidado, contenido por algún obstáculo; crece mi cortedad con mi deseo, y me vuelvo un estúpido, devorado por el ansia y sin haberme atrevido a comprar nada, teniendo con qué.
Descendería a los más insulsos detalles si explicase el engorro, la vergüenza, la repugnancia, los inconvenientes y disgustos de todo género que siempre he experimentado en el empleo del dinero, ya fuese para mí, ya para otra persona. El lector lo irá comprendiendo sin que me tome la pena de decírselo, a medida que vaya conociendo mi carácter por el curso de mi vida.
Esto entendido, se comprenderá fácilmente una de las pretendidas contradicciones de mi carácter: la de reunir una avaricia casi sórdida, al mayor desprecio del dinero. Es para mí un mueble tan molesto, que ni aun me atrevo a desear el que no tengo, y cuando lo poseo estoy mucho tiempo sin gastarlo por no saber emplearlo a mi gusto; pero cuando se presenta ocasión agradable y oportuna, la aprovecho de tal modo, que mi bolsa queda vacía sin que yo lo note.