Las confesiones (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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Nunca más nos hemos visto ni escrito, y es lástima, porque tenía un carácter esencialmente bueno y habíamos nacido para amarnos.
Séame permitido, antes de abandonarme a la fatalidad de mi destino, volver un instante los ojos hacia el que me aguardaba naturalmente si hubiese caído en manos de mejor amo. Nada más conforme a mi carácter, ni más propio para hacerme dichoso, que la oscura y tranquila posición de un buen artesano, sobre todo en ciertas clases como es en Ginebra la de grabador. Este oficio, bastante lucrativo para proporcionar una subsistencia cómoda, y poco a propósito para enriquecerse con él, habría limitado para siempre mi ambición y, dejándome tiempo suficiente para entregarme a sencillos recreos, me habría encerrado dentro de mi esfera sin ofrecerme ocasión para salirme de ella. Dotado de una imaginación bastante rica para revestir con sus quimeras cualquier posición, capaz de transportarme, digámoslo así, de un estado a otro a medida de mi gusto, poco me importaba aquel en que realmente me hallase. La distancia que mediara entre mi situación real y cualquier castillo en el aire no podía ser tan grande que no me fuera facilísimo salvarla. De aquí se sigue que la situación que mejor me convenía era la que exigiese menos bullicio o cuidados, que me dejara el espíritu más libre, y ésta era cabalmente la mía. En el seno de mi religión, de mi patria, mi familia y mis amigos, habría vivido tranquila y dulcemente, cual convenía a mí carácter, en la monotonía de una ocupación grata y de una sociedad propia para mi corazón. Habría sido buen cristiano, buen ciudadano. Buen padre de familia, buen artesano; en resumen: un hombre de bien. Hubiera vivido satisfecho de mi profesión, quizá le hubiera hecho honor y, al final de una vida oscura y sencilla, pero dulce y uniforme, hubiera muerto en paz, rodeado de mis deudos y amigos, y, aunque olvidado al poco tiempo, a lo menos habría sido llorado mientras se hubiese conservado mi memoria.
En lugar de todo esto... ¡Qué espectáculo voy a presentar! ¡Ah, no nos anticipemos en hablar de las miserias de mi vida! Harto tendré que ocupar con tan triste motivo la atención de mis lectores.


LIBRO SEGUNDO

1728 - 1731

Cuanto más triste me pareció el primer momento en que el terror me sugirió el proyecto de la huida, más encantador me pareció el momento de ejecutarlo.

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